Transcurría el mes de mayo cuando salimos muy temprano una mañana; aún no había despuntado el alba; un poco de aventura el propósito y seis amigos conformamos el grupo. Pronto abordamos la ruta nacional número 9 y luego de algunas horas de marcha entramos a territorio tucumano; aquí más de un piquete nos detuvo; por ello, y dada nuestra urgencia por el breve tiempo del periplo, nos vimos forzados a emplear la imaginación al máximo. Y el resultado óptimo, pues logramos sortear dos escollos continuos en trámite acelerado y proseguimos con normalidad.

Pernoctamos en la ciudad de Orán; luego emprendimos el rumbo a territorio formoseño; ya dentro del mismo enfilamos hacia un pueblo wichis, “El Potrillo” era su nombre, y  la intención en este lugar la había definido uno de los compañeros de viaje, que necesitaba ver a un curandero muy mentado por el estado asmático de lo aquejaba desde algún tiempo. Sin embargo, al arribar, un vecino nos informó que el “mano santa” se mudó a otra población, llamada “El Chorro” y distante unos 40 km.  de la anterior. Entonces en esa dirección partimos, con el hijo del cacique como guía eventual, con 17 años de edad y padre de 3 hijos. Debimos transitar caminos cubiertos por intensos guadales y en poco menos de una hora llegamos; y al curandero fuimos sin demoras. En la puerta de una choza, encontramos un individuo de unos 50 años de edad, esmirriado, moreno intenso y con mirada de águila; nos presentamos, uno a uno, pero estuvo ausente la amabilidad porque, el mismo, se mostró en todo momento místico, huraño y reticente; ni  siquiera una fotografía permitió que le tomaran. No obstante, le entregamos un considerable “aporte” en alimentos y vino, que mis compañeros compraron en Orán. Con todo, el enigmático personaje nos indicó que debíamos volver por la tarde, a partir de las 17 horas iniciarían las “consultas”.

En el entretiempo, después de averiguar en este tema, recalamos en un “comedor” que funcionaba debajo de un techo construido con barro y ramas, dispuesto en  galería; ya sentados a una larga y humilde mesa, extraje el recurso para el esparcimiento, previamente concebido; una bolsa con grandes porotos y un naipe de truco. Desde ese acto transcurrió con  gritos de júbilo y apuestas de honor.

Sin embargo, no pude prescindir de observar detalladamente  el entorno. Y les aseguro que nunca imaginé tanta pobreza o, con mayor realismo, tanta miseria. Por eso y previendo la connotación, traté de endulzar aunque fuere un instante la vida de los niños. Entonces tomé en la camioneta dos bolsas de caramelos masticables y una de mandarinas; ellos captaron enseguida mi intención y definieron una vorágine cerca de mi; hice formar una cola, eran más de 50  niños, desnudos, semidesnudos o con harapos. Y a cada uno entregué 2 mandarinas y  5 caramelos. Una niña de 12 años que formó la fila, tenía en sus brazos un bebé; pregunté entones ¿Para tu hermanito también?  No, respondió tímidamente, es mi hijo.

Una señora diminuta y bastante mayor, con ojos grises y evidentes rasgos extranjeros, manejaba la cocina. Dos nietas, de 14 y 16 años de edad la asistían sirviendo las mesas. En un momento dado, ingresé al lugar y entablamos un diálogo ameno con la patrona; y también quise ser útil en ese instante, por eso expresé: usted tiene el destino consolidado, éste es el sitio. Pero sus nietas deberían liberarse de tanta humildad y aislamiento. Y para salir existe sólo una puerta, la Escuela. Por eso, por favor, ayude y estimule a las niñas para que estudien.

Los wichis viven en verdaderas chozas esparcidas sobre un terreno impermeable, cuya superficie contiene un espeso guadal con textura de talco; que se mete en la piel y perdura en el tiempo; asignando una imagen telúrica a cada persona. En este lugar escasea el agua y abunda la miseria; casi no hay trabajo, sólo desarrollan  algo de artesanías; incluso el asistencialismo exiguo e indigno campea en los pueblos ¿Quién podría hacer algo honroso para ellos? El humanismo, la solidaridad y la Constitución nacional motivarían. Ah, y sin olvidar que ellos son los dueños de esas tierras por posesión desde tiempo ignoto.

Por la tarde volvimos al curandero. Había tomado todo el vino y exultante asumió un rol turístico; fotos por aquí, fotos por allá…y hasta pasos de baile ensayó. En consecuencia, cuando el “paciente” lo volvió a consultar, con el ánimo de lograr una cura definitiva, éste exclamó; sin recordar lo que antes le había informado sobre el asma:

-Usted tiene un grave problema reumático- aseguró-

-No señor, tengo asma-replicó el visitante

Entonces el beodo, aún con “cintura”  a pesar de la curda, aclaró enfáticamente:

-Sí, no tengo dudas, usted tiene asma reumática.

Posteriormente continuamos el viaje y en una población denominada Ingeniero Juárez hicimos noche.  Al día siguiente iniciamos el retorno a  través del impenetrable chaqueño.