01paternEl rol de padre no debe ser para la concepción y nada más, tampoco bastaría con agregarle un aporte  en dinero o  bienes indispensables para llevar a cabo  la crianza de sus hijos, pero sin manifestar diariamente ese amor natural que induce a compartir desde las cosas simples de la vida.

Y cuando la capacidad económica permite, suele acontecer  que se proceda a “compensar”  lo que la naturaleza demanda con regalos costosos y rimbombantes, los cuales trascienden si se trata de personas mediáticas, en consecuencia  adquieren ostentación  y desagrado que perjudican al padre humilde, porque con ello tiende  a parecer, en el entendimiento superficial de las cosas y en una sociedad consumista, que la dimensión del amor paternal se demuestra, sobre todo, con el valor económico de los bienes regalados.

La verdadera función de padre trasciende del comportamiento natural de los animales, que aprendieron desde el instinto de conservación más la memoria asociativa que consolidaron con el paso del tiempo. A continuación, algunos ejemplos ilustrativos: 1-Los lobos, cuando la madre da a luz, el padre hace guardia y procura la comida para la familia, luego se dedica a la crianza de sus cachorros y les enseña habilidades claves para la supervivencia. 2-Los primates, y entre ellos, los monos macacos, es frecuente ver a los machos con sus bebé en brazos para protegerlos de cualquier riesgo.  3-El pingüino emperador, pasa 2 meses incubando los huevos en pleno invierno, mientras la hembra se provee de alimentos en el mar. 4-La rana marsupial, es el macho que toma a su cargo  la tarea de criar a sus hijos, etc. Como observamos, la indiferencia del padre dentro del reino animal (aquí me refiero únicamente a los irracionales) resulta impensable. Y no sucede jamás porque proceden inducidos por la naturaleza incorporada al comportamiento, lo cual obliga y perfecciona el rol de padre de manera sincronizada. “La naturaleza no hace nada en vano”. Aristóteles.

En cambio el hombre suele ser distinto, y esta aseveración tiene demasiado sustento en la realidad, ésa que vemos a diario y de cualquier modo. Y las excusas al respecto son múltiples, tendenciosas o irrisorias; pero todas, en absoluto, intentan “salvar” a quienes  las invocan, donde campea solo su interés personal y los demás, aquellos que constituyen su propia descendencia, bien gracias, esto importa poco al parecer.

Entonces, ¿qué sucede en consecuencia? No resulta difícil imaginarlo, habrá madres abandonadas a su suerte, con los hijos a cuestas, y en no pocos casos tendrán que iniciar un juicio para lograr el apoyo alimentario, el cual debería derivar de la espontaneidad natural del padre. Luego, esos hijos crecidos en ambientes desavenidos, problemáticos y, por lo tanto, agresivos a la sensibilidad humana, es probable que en tales condiciones, si el prodigio de la madre no alcanza, sea la calle  “escuela de la vida”, en lugar de ser el propio hogar y ese otro sitio donde enseñan a leer y escribir.

Así crecerán esos hijos, carentes del adecuado cariño paternal y de la cohesión básica que asegura en todo momento el núcleo familiar bien constituido. Por consiguiente,  dada tal situación sería posible que en esas almas evolucionen resentimientos que van deteriorando los valores necesarios para una convivencia digna, valores que se refieren a la solidaridad, el respeto al prójimo, la familia normalmente integrada, etc. Todo lo cual, deberán soportar en algo aquellos que cumplieron al pie de la letra el orden natural, y también sus hijos podrían ser víctimas. Y este problema tenderá a crecer en la medida que se agraven las causas expuestas más arriba.

Como epílogo manifiesto que los desvalores producidos por la indiferencia a las obligaciones naturales van ganando espacio en la medida que el egoísmo se extienda en el alma de las personas, de tal modo que en igual ritmo vayan imponiendo nuevas reglas para la convivencia en amplia dispersión y que luego, esas reglas, se  conviertan en “usos y costumbres” hereditables. Entonces, con el paso del tiempo no sería extraño que  impulsen  el reconocimiento de los  “derechos humanos” destinados a proteger esos usos y costumbres, y por este camino, en un futuro no tan lejano, los normales pasarán a ser anormales. “El destino de la humanidad civilizada depende, sobre todo, de las fuerzas morales que sea capaz de generar”. Albert Einstein.