IMG_6858Agliano Terme se llama el pueblo, y pertenece a la provincia de Asti, en el Piemonte italiano. Algo más de 1700 almas lo habitan. Y allí, en la periferia de su extensión, una familia era la anfitriona, una de esas familias cuyos integrantes son capaces de hacerte sentir naturalmente como en tu propia casa, y esta sensación adquiere mayor relieve  cuando el seno de ese hogar dista más de 12.000 km  de la morada familiar del visitante. Precisamente en ese lugar compartimos una tarde, luego la cena, en prolongada reunión donde la alegría por volvernos a ver reinó constantemente, como  un auténtico elixir que fomentaba el  buen ánimo en cada uno. En consecuencia,  era lógica la  impresión particular de estar disfrutando un momento único.  Y al final, en la misma casa pernoctamos.

Al día siguiente reiniciamos el viaje, en esta ocasión con destino a la ciudad de Alessandria, capital de provincia homónima. Partimos con la promesa de regresar en el atardecer de esa jornada. Y el motivo en esta población  consistía en comprar algo de comida para el almuerzo, pues la realidad nos indicaba que no podíamos arribar por sorpresa y sin ese aporte.Por eso, en una “gastronomía” de dicha ciudad adquirimos un regio plato de vitel toné, más abundante ensalada de espinacas y una tarta de carne y verduras. Después circundamos Piazza Libertá (la más céntrica), y con nuestro Fiat Punto emprendimos el recorrido por las calles Mazzini y Milite Ignoto a fin de cruzar por un puente sobre el río Tanaro,  un poco más adelante pasamos  por debajo de la  “Autopista de los Vinos”. Y de esta manera cubrimos el trayecto, 10  km en total.

Eran casi las 12 hs del mediodía cuando llegamos a Pietra Marazzi, diminuto centro urbano de apenas 900 habitantes, enclavado en el fondo de un valle rodeado por leves colinas. Y posterior a  recorrer una estrechísima vía del antiguo poblado, denominada San Defendente, detuvimos el vehículo  frente a la vivienda buscada. Ni bien descendimos, en plena calle nos encontramos con  Anunziata, una vecina que ya conocíamos,   y luego del  cordial saludo dijo: “le avisaré a María de vuestra llegada”. Pasaron algunos segundos, nada más, y apareció María que  se detuvo en el umbral del ingreso a su pequeña casa, ubicada al detrás de un bonito jardín,  nos observó inmóvil por unos instantes,  su rostro manifestaba una profunda sorpresa, en tanto que la mirada brillaba por lágrimas que enseguida poblaron sus ojos. Era evidente que el sentimiento comandaba a la emoción.  Y pese a tanta sensibilidad, a María la vimos guapa, vital, lúcida, con ganas de charlar, de compartir tiempos, de contar que aún guarda varios recuerdos de nuestros encuentros anteriores. Todo esto, no sería tanto si omitimos decir que María ya había cumplido 95 años de edad, justo el 15 de diciembre, apenas pasado.

Después de entrar a su vivienda, nos sentamos a la mesa de la cocina, que rápidamente cubrió con un vistoso mantel bordado a mano, y sola quiso   preparar las cosas para el almuerzo: platos, cubiertos y vasos, más los productos que compramos en Alessandria. Por último trajo un vino tinto elaborado por ella misma, según nos narró. A continuación iniciamos la comida y, durante la cual,  de muchas cosas  hablamos, por ejemplo,  sobre la situación  en la Argentina, tan lejana en ese instante. Y brindamos por su reciente cumpleaños, por la salud y por la vida de nuestras familias, pese a que María vive sola, desde que falleció su hermana. Y Anunziata (“Nunziatina”, como la llaman los amigos), es una vecina solidaria que, junto a su marido,  asiste  a María con la compra de comestibles y otras cosas necesarias para la subsistencia.

Y en cierto momento, con la mirada puesta en la distancia, María expresó a modo de confesión: “solo le pido a Dios que me dé vida para vernos otra vez, aunque ésta sea la última, porque el vínculo que cultivamos en el tiempo, es hermoso y por ello quisiera extenderlo un poquito”. Más tarde, un cálido abrazo fue el prólogo de la despedida y muchas palabras de agradecimiento dieron marco a un delicioso reencuentro. Partimos mientras que María permaneció inmóvil entre las flores de su jardín, y  sus labios mostraron una leve sonrisa con color de llanto, era indudable  que de la alegría había pasado a la morriña, no lo podía disimular. Y así nos alejamos, pensando que  no obstante su edad ella conserva intacto el don que caracteriza a la gente buena, y probablemente este don sea el de mayor importancia para  dignificar la vida de una sociedad  que pertenezca a cualquier rincón del universo. Más aún si estimamos que  quien ofrenda dicho halago está atravesando  el espacio final  de su existencia.