Transcurría la década del ´50 y  estos personajes aún constituían una parte nutrida y pintoresca  del folclore campesino de la pampa gringa, eran peregrinos que brindaron  un marco involuntario, simple e innovador dentro de la vida monótona del lugar. Por ello, creaban un matiz transitorio de humor y entretenimiento. Se los llamó peyorativamente “crotos” y, con eufemismo, mendigos o linyeras ¿Por qué crotos? En el año 1920, siendo gobernador de la provincia de Buenos Aires, José Camilo Crotto, sancionó el Decreto 3/20, por el cual se autorizaba y permitía a  los peones rurales   viajar gratis sobre los trenes de carga, incluido  su equipaje, el que consistía en algunas ropas viejas contenidas en  paños de arpillera y atadas las cuatro puntas entre sí. En consecuencia, pronto el vocabulario popular extendería la denominación de “croto” a todas las personas que evidenciaron extrema pobreza y alma de vagabundos, incluso era el modo de augurarle el futuro a un joven con pocas ganas de trabajar.

 A distancia, en medio del terraplén de los caminos de campo, se los veía transitar a pie y, por excepción, también se trasladaron con algún medio de tracción a sangre, a veces era una destartalada jardinera y otras, un viejo sulky. Pero eternamente con todas sus miserias materiales y espirituales a cuestas, y en ciertas ocasiones venían acompañados por un fiel e inseparable perro, normalmente tan sucio como su propio dueño, y juntos recorrieron cansinamente la senda hacia cualquier lugar, sin importar siquiera el paso del tiempo y menos todavía lo que el calendario informara. Un instante festivo podría depararlo un buen plato de comida que algún chacarero le prodigara por compasión o natural solidaridad, inclusive podía ser el obsequio de un tarro nuevo, para emplearlo después como «olla», pero jamás sería un día que el almanaque indicaba. Y por las noches dormían en galpones, casi siempre plagados de ratas y con extrema precariedad de medios, para ello pedían permiso a los colonos vecinos  a su eventual itinerario y cuando el crepúsculo ya comenzaba a dibujarse en el horizonte.

 Los linyeras eran personas carentes de destino mayor a una jornada, les importaba únicamente el presente, el día de hoy, para mañana ni siquiera la prolongación de la vida preocupaba, pues habían renunciado  a todos los proyectos que  motivan normalmente  la propia existencia humana. Además, hacían un verdadero ejercicio del silencio, por eso su vida era impenetrable, entonces la gente convertía en mito las posibles razones que los impulsaron a tomar la decisión de «crotear». Por lo general, eran personas marginadas, sin familia y había muchos extranjeros entre ellos, los inducía también el espíritu anarquista y amante de la libertad individual, no pocos  jóvenes  integraron esa legión, solo por el deseo de aventura. Rara vez trabajaron,  y la excepción estuvo dada por conchabarse en changas breves y  livianas con el propósito de juntar algunos pesos, sin embargo, tampoco el dinero les importaba demasiado. «Mire, don José, cuando tengo 10 centavos en el bolsillo es como si tuviera 10 hormigas, hasta que no los tiro afuera, no vivo en paz», así reflexionaba, por ejemplo, alguien a quien llamaron «Cardún».

 Y a partir de la década mencionada  comenzaron a desaparecer  de la escena campesina estos personajes, siempre inmersos en ese particular modo de vida que solo ellos supieron crear, dejando tras de sí un halo de nostalgia más la sensación de  alivio en los sentimientos chacareros.