Se festejaba San Roque; santo Patrono del pueblo. Y era  un sábado por la tarde cuando numerosos participantes de dicho acontecimiento iniciaron un campeonato de truco, como parte de los actos conmemorativos. Unas treinta  parejas dirimían el evento de la timba, en el cual abundaron las exclamaciones de “vaca”, “yegua” y “porca”, y cada una con  electrizantes aditamentos; censurados en este espacio.

Unas dos  horas después la contienda estaba bastante avanzada; en consecuencia,  algunos continuaban en carrera y muchos fueron  eliminados. Entre éstos últimos estaban nuestros amigos del encuentro anterior, los que   pronto decidieron beber y, además, compartir ciertos temas del momento. La sequía aún se abatía con crudeza en la zona. Entonces Tunín gritó: “¡Che mozo, para mí trae una caña, la de los caballos!” Allí, Bartolo y Chiscot prefirieron una ginebra con cola; y sentados a una mesa comenzaron el diálogo:

-Y sigue esta historia de la sequía, ya estoy con deudas hasta el cogote. ¡Pobres los animales, cómo sufren! Trato de calmarlos, pero no hay caso. Imaginen, ayer fui al chiquero de los chanchos y los noté tan flacos, sin barro y tristes; esta escena  me partió el alma. Por eso comencé a hablarles y dije: “muchachos tengan fe, tal vez esta noche llueve, recién lo dijo Eschoyez por la tele…” Y me pareció que empezaron a reírse, pero no sé si de alegría o de mí.-comentó Tunín-

-Tenés razón; la burra está demasiado flaca para ensillar. Creo que necesitamos una disminución  en las retenciones, así la gente trabaja más y nosotros podremos “subsidiar” con alimentos a estas pobres bestias. Estamos en tiempo  de  carneada, pero  andá  a intentarlo…El otro día miraba a mis chanchos  y les juro que parecen radiografías, son  casi transparentes por tan flacos -replicó Bartolo, y agregó- Mi situación se complicó tanto, que ahora estoy como ese loro que gritaba: “¡No encuentro la salida, sáquenme de aquí manga de desgraciados!” Mientras permanecía dentro del bolsillo de un pijotero.

-Cállense, no me den manija. Tengo un toro holandés, era muy bueno; pero ahora pasa todo el tiempo acostado a la sombra del ombú. Días atrás me acerqué despacito y lo vi tan demacrado, con los ojos hundidos y mirada triste. Nos observamos un rato y  pareció que me decía: “patrón, hasta aquí llegué. No doy más, por eso renuncio a mi tarea; no puedo seguir trabajando y sin comer”  Pensé en darle carne de chancho, en una de esas cambia de actitud. –relató  Chiscot-

Mientras esto acontecía en el pueblo; en casa de Tunín, ubicada en pleno campo, permanecían sus padres, Yuanín y Fiorina, ambos muy ancianos; razón por la que acentuaron en demasía, por usos y costumbres, el pudor, los prejuicios y tabúes. Y  en la cocina compartían una mateada con dos vecinas, también, con muchísimos años vividos. Los temas recurrentes, la sequía, los fallecidos, los novios y el tiempo.

Y en determinado momento entró a la carrera el nieto menor, de unos 6 años de edad e hijo de Tunín, a la vez que gritaba: “Abuelo, abuelo…el gallo bataraz pisó a la gallina blanca”  En el acto, el pobre Yuanín se puso rojo bermellón y hasta las cejas se le erizaron; no obstante, logró una rápida reacción y exclamó:  «¡Eh zonzo, no la habrá visto!»