Cuando estudiaba “Instrucción Cívica”, allá lejos en mi tiempo de secundario, como alumno libre y autodidacta, una frase en especial me llamó la atención, y la misma expresaba: “Si una persona transita por la vereda con un martillo en su mano, y al pasar cerca de una vidriera, en un arrebato la golpea con esa herramienta y saltan en pedazos los vidrios. Entonces, en este acto ¿Quién tiene la culpa? ¿Acaso el martillo?”

 La respuesta es realmente una perogrullada; es decir, demasiado obvia ¿Verdad? Sin embargo, en los últimos tiempos y en los accidentes de tránsito, de manera sistemática, aparecen muchos “especialistas” y otros  muy profanos involucrados que a toda costa quieren demostrar que la culpa la tiene “el martillo”, el cual, en esta metáfora, equivale a la “fatalidad”. Es evidente que, en este juego, la única misión es eludir las responsabilidades; pero si obráramos conforme a las reglas jamás necesitaríamos gambetear los cargos emergentes ¿O vamos a invocar la ignorancia del derecho como recurso de defensa?

 Y si permitimos que un menor, no habilitado, se lance libremente a la calle con el auto, ambos (máquina y conductor) unifican la identidad y forman “el martillo”. Por lo tanto ¿Quién maneja este martillo? Sin la menor duda que son los padres de dicho menor los responsables totales y absolutos. Además es imposible reflexionar sobre este asunto con eufemismos, cuando cada infortunio está cobrando una vida o la integridad física de personas inocentes.

 Ahora preguntamos ¿Acaso no es más civilizado, solidario, altruista y sincero respetar las leyes que infringirlas y luego adherir a la congoja de las víctimas y sus familias?

Finalmente, si por acción u omisión expulsamos “el martillo” a la calle y el mismo ocasiona un siniestro ¿Nuestro procedimiento, como padres, será sólo culposo o también doloso?

 Por un poco más de ilustración respecto de este penoso tema, invito nuevamente a leer los capítulos números 2 y 5,  referidos a los “Accidentes de tránsito”,  incluidos en este blog.