“La palabra más soez y la carta más grosera son mejores, son más educadas que el silencio”. Friedrich Nietzsche.

Otros sostienen que la posición adecuada sería hablar sólo cuando las palabras son más importantes que el silencio. Y serán mejores en tanto  logremos, con ellas, diversos beneficios que  podríamos resumir de la siguiente manera:

-Permitimos alcanzar el bien.

-Ayudamos a evitar un mal.

-Ofrecemos buena onda y, a la vez,  escuchamos al prójimo.

También, al favorecer un diálogo a través de palabras respetuosas y amenas podremos multiplicar alegrías, dividir penas y zanjar dificultades con los demás. Y el mismo interlocutor tenderá naturalmente a parecer un espejo en el que rebota nuestra imagen y nos devuelve, en idéntico tenor, nuestros propios gestos.

Un diálogo basado en la buena predisposición siempre es conveniente, no cuesta nada y contiene una influencia humanista que a todos nos sienta bien y, por ello, produce una reacción anímica positiva y multiplicadora, cuyo efecto se va irradiando espontáneamente sobre la calidad de vida del conjunto social.

Por otra parte, un silencio prolongado trasunta recogimiento, misterio, enigma y, a veces, una marcada pedantería en quien lo sustenta; por eso un diálogo fluido, ameno y, principalmente, sincero, facilita el conocimiento de las personas; incluso transparenta intenciones, situaciones y orígenes, todo lo cual potencia naturalmente la empatía; cuyo valor impulsa el buen ánimo, dinamiza y de a poco va consolidando la confianza mutua.

Es verdad que el silencio suele ser importante cuando lo empleamos para refugiarnos en nuestro mundo interior, con el fin de medir  lo actuado, recordar  momentos o para proyectar nuestro destino; entre tantísimas posibilidades. Pero existe una condición básica recomendable para optimizar ese instante, y es la soledad.

Entonces, sugerimos ejercitar en nosotros mismos un permanente equilibrio entre el silencio  y las palabras pronunciadas, equilibrio que contemple la utilidad, amenidad y la necesidad del yo interior. Finalmente concluimos repitiendo el título de esta exposición al tiempo que contrariamos aquel viejo dicho: “Hacer silencio no es siempre salud”.