Tal vez tengamos que considerar este escrito como una mera digresión, pues en el mismo dejo de lado, por un instante, el fin cultural de este espacio para incursionar sobre un tema de neto sesgo social, y por esto creo que vale la pena toda contribución que podamos realizar en beneficio del bien común.

A medida que el tiempo avanza, se va tornando escaso en cada jornada. Y esto acontece con mayor rigor en las grandes urbes, donde dicho fenómeno toma dimensión en igual magnitud, es decir que, el continuo crecimiento poblacional hace que sus habitantes padezcan las consecuencias por diversas causas, las cuales podrían ilustrarse de la siguiente manera: expansión geográfica, mayores costos de traslado, polución, riesgos de inseguridad, etc. Sin embargo,  es por el primer punto que se agrandan continuamente las distancias por recorrer en cada jornada, y no todos cuentan con sus propios medios mecánicos para el desplazamiento. Entonces, ante esa situación, es el transporte público el que viene a subsanar ese déficit, un servicio con fines sociales pero sin perder de vista la rentabilidad económica. Y su accionar está destinado, principalmente, a  la franja más pobre de esa sociedad, junto a estudiantes y jóvenes trabajadores.

Pero no todo lo que brilla es oro, dado que la realidad nos muestra con indeseable frecuencia que ese transporte no funciona. Y los motivos invocados son múltiples, y casi siempre los mismos: reclamos laborales, políticos o gremiales, donde también se dirimen espacios de poder sindical. Cuyos movimientos suelen estar impulsados por una fogosidad tal de parte de los actores, que detrás de los fines no se reparan en medios, ni métodos utilizados, donde casi todo vale.

Increíblemente, quien paga las consecuencias más severas de este desajuste es aquel sector más  pobre del pueblo, descripto en párrafo  anterior. Y lo paradójico, por lo tanto incomprensible, es que ese pueblo vendría a constituir “la gallina del huevo de oro” para la empresa de transporte, porque representa la fuente de donde viene el dinero con el cual los empresarios cuentan sus ganancias y los huelguistas cobran su sueldo. Al respecto Henry Ford afirmaba: “Los trabajadores solo manejan el dinero, es el cliente el que paga los salarios”. En consecuencia, el usuario del transporte es la razón de la propia empresa prestataria, y si se justipreciara esa condición a través del humanismo, jamás lo dejarían de a pie.

¿Y cómo solucionar este penoso problema? Es simple: comenzaríamos por dictar una Ley  Nacional,  de rango constitucional, que declare al transporte urbano: “Servicio público esencial”. Luego es necesario que las partes responsables en estos conflictos, agucen un poco la imaginación, estimulen la racionalidad y respeten y hagan respetar las leyes a rajatablas. Pues, por este camino, lograríamos dos propósitos al mismo tiempo: 1) Aportamos a consolidar una sociedad civilizada y 2) Nos alejaríamos de esa  degradante figura que en el concierto mundial define a la “república bananera”, según la expresión acuñada por el escritor William Sydney Porter.

Para finalizar, también  exhorto a todos aquellos que sentados sobre sus  intereses personales, proceden a quemar neumáticos, por ejemplo, pues esta acción no provee de soluciones, dinero, dignidad o salud, pero de veras representa una acción irracional en perjuicio  del ecosistema, ese lugar  que no solo nos pertenece a todos si no que, además, nos brinda la hermosa posibilidad de disfrutar la vida.  Tanto es así, que herir  permanentemente a la naturaleza y de esa manera, sería como efectuar un agujero en el casco del barco, mientras a bordo del cual todos juntos estamos navegando en altamar.