implicaciones culturalesLos tiempos pasados, en verdad, eran otros tiempos, pero no solo porque acontecieron sino  por  las inmensas diferencias que se fueron elaborando mientras transcurrían. En consecuencia, si extendemos el presente y lo conformamos con las tres últimas décadas,  luego lo comparamos con un pasado más lejano, dos grandes distinciones podríamos especificar: la primera, que es de enorme importancia, se destaca con admitir que el desarrollo tecnológico operado en los últimos 30 años, por ejemplo, supera largamente al  contenido en varios siglos de historia, pues el avance realizado en comunicaciones, maquinarias accionadas por la robótica e informática, además de los conocimientos técnicos aplicados a la producción de bienes y servicios, en la medicina, etc. Los cuales se fundan en continuas investigaciones que tantos científicos llevan a cabo en centros de estudios, favorecidos por  gobiernos e instituciones que destinan recursos, sin retaceos, para una mejor calidad de vida de los pueblos. Sin embargo, es necesario destacar también que la mayor apuesta parte del sector público, desde donde emanan políticas destinadas a unir esfuerzos junto a  las universidades y otros lugares de estudios avanzados,  cuyos  propósitos científicos obran en beneficio del  bien común, porque impulsan continuamente el progreso  general, donde a partir del conocimiento, prima el interés por favorecer a la humanidad, en todos los órdenes, y sin que sea menester omitir el aspecto concerniente a la rentabilidad económica.

La segunda diferencia, enfoca el problema social. En la convivencia ya no impera el respeto de un tiempo y, lamentablemente, esta situación tiende a ser la regla. Ya no se respetan la privacidad de los actos, la naturaleza humana, el pundonor en los usos y costumbres; tampoco la seguridad es motivo de orgullo, pues la gente tiene miedo y por eso, en su casa mete rejas por doquier, alarmas sofisticadas, perros de grande mandíbulas y, a veces, recurre a cercas electrificadas. Ni las armas podrían ser útiles para la defensa a ultranza como sucedía en el lejano Oeste, porque luego, las represalias serán peores. Y la calle está plagada de acechanzas para el ciudadano común, que aumentan con vértigo exponencial, según vemos a diario en los medios. Por otra parte, campea la “bicicleta” laboral impulsada por la difusión de tantas prebendas políticas. También el medio ambiente vale mucho menos que el dinero, lo cual impulsa a una estimación perversa, ya que tener plata es  más importante que proteger la vida.

Con todo, deberíamos apreciar que el límite de la polución existe, tanto en las relaciones humanas como en el ecosistema. Y si este límite un día llega, rápidamente habría que producir un punto de inflexión en el camino. Ahora, vaya uno a saber cómo realizar un cambio así de importante, tal vez haya que estar urgido por los acontecimientos para lograr la inspiración necesaria ¿Entonces por qué jugar con ese riesgo?

Desde  estas letras no deseo augurar un cataclismo, más bien mi exposición está encaminada a exhortar a la racionalidad en el modo de vivir. Y la racionalidad solo se funda en el cuidado de la vida y la dignidad en la convivencia, por sobre toda otra consideración conceptual, pues desde aquí se podrá edificar un futuro que hará sentir a cada persona que vivir en una sociedad meritoria es una verdadera bendición, incluso es, en síntesis,  el mejor patrimonio que legaríamos a nuestra posteridad. Pero para ello, es menester que la voluntad destinada a una construcción honrosa, individual y socialmente, también  derrote a la estupidez y a la indiferencia.