Justo había comenzado el otoño, y la noche ya cubría con su manto oscuro al caserío del pueblo; mientras en el boliche, una decena de parroquianos arreglaba el mundo y vaciaba las botellas. Próxima  a la ventana de la chusma, una mesa colocada contra la pared, allí sentados estaban dos tamberos, apodados en la zona como “Moscato” y “Ginebra”; ninguna bebida les hacía arrugar la nariz; y trabajaban para un importante chacarero del lugar.

En ese instante, trataban un tema urticante, lleno de misterios y riesgos, por eso la ansiedad  iba en constante aumento y los impulsaba a consumir más  de lo habitual, para lograr coraje. La cacería de pumas era la pasión del momento; pero no tenían ni la menor idea de cómo realizarla, sólo conocían el lugar, allá en el monte santiagueño. Por ahí se acerca el mozo y Moscato le pregunta:

-Che, dime ¿No conoces  algún baqueano para los pumas?

-Sí- respondió el mozo-, aquel tipo acodado al mostrador, viene de Córdoba, y dice que es  campeón en la cacería de pumas.

-Decile que venga, lo invitamos con una copa y que nos ayude- agregó Ginebra-

Así aconteció, y en pocos minutos arreglaron todo para realizar una excursión al monte. El día convenido, bien temprano, pasaron a buscar al “guía”, de nombre Arturo, y en el Rastrojero enfilaron rumbo al norte. En viaje normal y luego de cinco horas arribaron a destino, ya dentro del monte eligieron un espacio despejado para armar la carpa; pero como Arturo era un vago de remate, pronto dijo:

-Muchachos, instalen la carpa, yo voy a explorar el monte y defino, así, las direcciones que luego, cada uno, tomaremos.

Después aferró la escopeta prestada y se internó en la espesa vegetación. Habría caminado unos trescientos metros, cuando de repente un rugido aterrador sonó sobre su cabeza, levantó la vista espantado y vio en la punta de un árbol a un enorme puma, que amenazaba lanzarse sobre su humanidad. En un instante de zozobra lo mejor es escapar, por eso, en violenta reacción tiró la escopeta y a las piernas recomendó toda su energía. En tanto corría velozmente, y por detrás  el puma casi lamiéndole los talones, en dirección del campamento, pensaba: “¿Y ahora qué les digo a estos crédulos? Porque no conozco un pito de cacería”. Sin embargo, como era un verdadero timador, enseguida elaboró una buena estrategia. Entonces, a medida que se acercaba a la carpa, ya armada, a toda velocidad y con el puma que lo perseguía; mientras Moscato y Ginebra miraban la escena con los ojos desorbitados; en “palomita” y desesperado se zampó en la carpa, con tal envión que rompio la lona del fondo y pasó al otro lado, al tiempo que gritaba: “¡Vayan cuereando este que ya les traigo el otro!”