Amanecía, y el día se presentaba sereno y muy frío, cuando apenas iniciaba  el mes de abril. A través de grandes ventanales de nuestra habitación de hotel, en el piso número once, pude contemplar fascinado algunas particularidades de esta exótica metrópoli, La Paz, sede del Gobierno nacional de Bolivia. El centro es angosto, tal vez unas cinco cuadras en modo lineal y asemeja el “cauce” de un gran cañón, en el cual asientan coloridos edificios de altura; y en ambos costados, cubren las laderas hasta la cima, edificaciones con techos de color rojo predominante. Y allí nomás, en ese “cauce”, surgía como un gigante silencioso, a 3660msnm,  el mítico estadio de fútbol Hernán Siles, lugar emblemático donde caen derrotados los “tigres de la llanura”.

Luego de ingerir varios te de coca, que el hotel tiene dispuesto en el hall durante las veinticuatro horas, para contrarrestar un poco los efectos del apunamiento, partimos hacia el legendario lago Titicaca; 130km  debíamos transitar y en algunos tramos del camino contemplamos una densa capa de nieve que cubría el suelo. Entre maravillados y atontados,  por efecto de la altura y pese a la infusión, arribamos al estrecho de Tiquina,  con 600 metros de ancho, y en una precaria barcaza cruzamos junto a nuestro vehículo; desembarcamos en San Pedro de Tiquina y aquí retomamos la vía terrestre. Después de andar 40km llegamos a Copacabana, pintoresca ciudad de  quince mil habitantes;  este lugar  posee un colorido embarcadero, desde el cual emprendimos la navegación por el majestuoso lago de 3809msnm, por lo que constituye el lago  navegable más alto del mundo, con una profundidad de 274m y una superficie total de 8560km2. La extensión es de 165km de largo por 65km de ancho; el 44% del lago corresponde a Bolivia y el resto a Perú.

Una lancha de mediano porte, con conductor, era el medio contratado y nuestro destino cumbre, la isla del Sol; durante casi tres horas navegamos, y en más de una ocasión dejé caer mi mano con el fin de surcar el agua transparente y de color azul intenso, la sentía fría y enigmática sobre mi piel. Pasamos próximo a la isla de la Luna, pero sólo la avistamos a distancia; y en el trayecto también apreciamos con asombro grandes  embarcaciones construidas con totoras, cuya proa del mismo material, define figuras cautivantes, tales como el dragón o alguna otra imagen mitológica. Además, se siente en cada espacio de esta extraña región  la influencia etérea de la densa cultura indígena de otros tiempos.

Finalmente logramos el objetivo más alejado, apenas descendimos a tierra nos recibió Juan, un tipo simpático y diminuto, de mediana edad, que en ningún momento ocultó el odio ancestral hacia los incas, autores del sometimiento de su raza aymara. En modo gentil y ameno nos acompañó todo el tiempo de permanencia, con él recorrimos la zona poblada y dedicamos buen  espacio al museo donde exponen piezas muy variadas de la cultura andina; sin embargo, llamó especialmente la atención la rareza de elementos rescatados del fondo del lago por Jacques Cousteau. Y antes de partir compramos algunos objetos artesanales, representativos de esta zona  y elaborados  con fibra de totoras.

La isla del Sol tiene una superficie de 14,3km2; su nombre original era isla Titikaka y por ello el lago lleva su nombre, que significa “roca del puma” y es la  más grande de este lago.

Por la tarde retornábamos a La Paz, mientras sentía el enorme placer por haber visitado ese lugar, pues cuando estudiaba geografía en el colegio primario,  tenía la sensación de que el lago Titicaca se hallaba en algún sitio misterioso, tan lejano de mí que jamás podría alcanzarlo.