IMG-20160730-WA0000Contactarse con la naturaleza es fomentar la vida, es darle verdadera dimensión, porque de la naturaleza venimos, pero solo por un tiempo, el que suele ser bastante breve respecto de nuestras extensas aspiraciones. Entonces, dentro de este contexto, la  misión principal  debiera ser la de crear continuamente razones que alimentan la acción de vivir, para justificar el paso terrenal de tal manera que nos permita andar por la vida convencidos de nuestro obrar atinado, con sintonía social, al trazar una impronta valedera, con legítima  entidad para nosotros y, también, para el prójimo.

Un lugar para observar los diferentes comportamientos humanos podría ser la más céntrica calle peatonal de una  importante ciudad, entonces allí nos ubicamos. Estos lugares suelen estar bien ornamentados, con múltiples escaparates convenientemente iluminados y mucha simpatía aplicada a promover la venta de mercaderías  que cada uno ofrece, dando marco a este escenario que el hombre creó para el comercio a través del deslumbramiento, tratando de cautivar a los peatones que recorren cada espacio; unos andando cansinamente hacia algún sitio, sin saber bien adónde y siempre tratando de fabricar razones (en esta consideración, excluimos a los turistas o gente que quiere conocer la ciudad).   Otros, en cambio, transitan la senda con ritmo febril y mirada torva, fija hacia adelante, como divisando algo en la distancia, pero sin ver nada en especial.

¿Cuáles de los dos grupos será el más feliz por estar inmerso en tal ámbito? Es difícil responder con certeza, sin embargo, ambos forman dos extremos opuestos y bien marcados, a los cuales consideraré en esta exposición, prescindiendo de todo lo demás. El primer lugar está representado por los que piensan, por ejemplo: en la peatonal podría encontrar algún conocido, también es buen lugar para lucir ropa nueva, un celular de última generación o cualquier trivialidad que venga al caso. Y en el otro extremo, hallamos  al individuo que corre frenéticamente detrás de la obligaciones diarias, presintiendo siempre que el tiempo no le alcanza y los nervios lo jaquean, situación que lo torna irascible, con poca paciencia para afrontar las cosas ajenas a su destino.

En consecuencia, los dos extremos planteados están en la peatonal por motivos que a cada uno convoca. Unos son laborales y por lo tanto es justificable, pero no el primer caso, donde se  trata de “pasar el tiempo de algún modo”, lo cual hace a la libertad individual, es cierto, sin embargo incluso es verdad que bien podría destinar ese tiempo a realizar cosas útiles, para sí o para el prójimo. “Sólo una vida vivida para los demás vale la pena”, afirmaba Albert Einstein.

Una experiencia que, tal vez, sea útil para algunos, por ello vaya esto como una sugerencia: si debemos recorrer la  peatonal por razones de trabajo o para realizar compras, perfecto. Pero si carecemos de razones valederas más que argumentar la necesidad de gastar el ocio, entonces, en este caso, recomiendo visitar la naturaleza abierta, amplia, y si es un lugar con vegetación autóctona, mucho mejor aún, por caso, un parque, el campo o el monte original( aunque haya quedado tan poco). Y en estos lugares, la distensión es un síntoma espontáneo, natural, y brinda el tiempo apropiado para sentirse parte de la naturaleza, estar en sintonía con ella, lo cual invita a prolongar ese instante y sentir cómo fluye la vida. Es como retornar a la fuente de la existencia, pues de allí todos venimos. Finalmente, el resultado de esta experiencia será una verdadera terapia sicofísica que hará sentir cuánto vale la vida.