Eran tiempos en que el gobierno nacional y los diversos estamentos del poder decidían instituir las condiciones básicas para obtener el progreso general del país. Más tarde, el factor fundamental, a partir del sustento territorial adecuado, era la mano de obra, y justamente este tema representaba una verdadera encrucijada, donde la única manera de resolverla fue a través del estímulo inmigratorio, y en cuyo proceso el tiempo se encargaría providencialmente de la solución, la que comenzó a tomar entidad  desde el desarrollo de la industria pesada en Europa, y con epicentro en Inglaterra, porque este ámbito decididamente expulsó abundante mano de obra, hecho que concitó la posibilidad de absorber y reubicar  ese flujo ocioso por parte del “nuevo” Continente en desarrollo.

 A partir del año 1850, los ideólogos y políticos locales  soñaron con la posibilidad de repoblar la Argentina con habitantes sajones,  sin embargo, el idioma, la religión y las costumbres crearían un indudable  e importante obstáculo. Por eso, al país entraron los italianos que rápidamente sincronizaron su adaptación al medio porque aportaban el valor esencial   para la gesta, resumido en la enorme capacidad de trabajo. Además de la humildad y tolerancia que motivaron la dispensa por el trato recibido. Empero, no todos lograron la templanza necesaria para resistir las duras exigencias  del laboreo en las extensas pampas, sumadas al permanente hostigamiento indígena y la precariedad de  medios y viviendas. En consecuencia, el origen de la colonización agraria en la Argentina no fue obra de “iluminados” políticos argentinos del momento, sino  el resultado  de la Segunda Revolución Industrial en Europa.

 En 1856, año en que fundaron el primer ente aglutinante, la primera Colonia de la “pampa gringa” denominada Esperanza, comenzó a configurarse la población agrícola sobre tierras marginales y de escaso  valor económico. Todo estaba por hacer, entonces era necesaria y conveniente la participación y el protagonismo laboral de gente capaz de realizar esfuerzos físicos y espirituales enormes, apoyados en principios comprendidos, con rango de cultura, en el ánimo de cada uno. Los cuales definían en conjunto, la condición indispensable para formar  parte de la empresa y soportar, con ellos, la singular dureza del emprendimiento.

 De tal modo empezó a proveerse un ámbito cultural distinto, totalmente desconocido en el área local, donde imperaron los comportamientos y vocabularios que provenían  de los lugares de origen de esta enjundiosa pléyade. Por consiguiente, la Argentina, de ser un país únicamente nominal en el concierto de las naciones, pasó a ostentar el reconocimiento mundial por su organización institucional y el crecimiento económico. Por esta razón despertó el interés de muchos habitantes de diferentes sitios del planeta que vieron, a partir de allí, una verdadera tierra prometida. Y no se equivocaron, pero por un período limitado únicamente.

 Desde los años del inicio colonizador y hasta 1950, aproximadamente, el sector agrícola representó un verdadero compartimiento estanco, dado que  las sucesivas generaciones adoptaron  los  usos y costumbres de la herencia cultural recibida, la que provenía de tierras lejanas. posteriormente los medios de comunicación e información invadieron la zona e impulsaron a un cambio rápido y profundo: primero la radio, después los diarios y revistas, y finalmente  la televisión, junto a una mayor concurrencia a la escuela, la telefonía en constante difusión y automóviles más dinámicos, fueron mellando ese particular modo de vida, con riesgo cierto de extinguir por completo la genuina y ancestral cultura gringa.