biografia-de-albert-einsteinEinstein sostenía un panteísmo filosófico, el que nunca alteró durante toda su vida. Y desde esa posición afirmaba: “Creo en el Dios de Spinoza, que es idéntico al orden matemático del universo. Y no creo en un Dios que se preocupe por el bienestar y los actos morales de los seres humanos”.  Pensamientos que solía repetir como una verdadera letanía de sus manifestaciones sobre el tema.

Y agregaba (textual): Mi postura ante Dios es la de un agnóstico. Estoy convencido de que una conciencia viva sobre la importancia esencial de los principios morales para el bienestar y el ennoblecimiento de la existencia no se necesita de la idea de un legislador, en especial de un legislador que proceda sobre la base de  premios y  castigos. En verdad, no creer en un Dios personal no es una filosofía en sí mismo. Mi pensamiento es religioso en tanto esté motivado por la conciencia de la insuficiencia de la mente humana para comprender con más detalle la armonía del universo que procuran concebir como leyes de la naturaleza. Además, la fuente principal de los conflictos actuales entre las esferas de la religión y la ciencia radica en el concepto de un Dios personal.

Me parece que la idea de un Dios personal es un concepto antropológico, que no puede tomarse en serio. Por otra parte, nadie puede ser obligado a pertenecer a una comunidad religiosa. Gracias a Dios eso es cosa del pasado.

Y la conducta ética de un hombre debería fundarse, en efecto, en la compasión, la educación y los nexos y necesidades sociales. No se necesita ninguna base religiosa. Triste sería la condición de un ser humano que tuviera que reprimirse por temor al castigo y por la esperanza de una recompensa después de la muerte.

Resulta difícil hallar  en las mentes científicas más profundas alguna que no tenga sentimientos religiosos. No obstante se trata de una religiosidad distinta de la del hombre ingenuo. Dios es un ser del que tenemos la esperanza de beneficiarnos de su misericordia y cuyo castigo tememos. Se trata de la sublimación de un sentimiento parecido al de un niño por su padre. El científico está poseído por un sentido de la causalidad universal, su sentimiento religioso adquiere la forma de un asombro extasiado ante la armonía de la ley natural, que revela una inteligencia tan superior que, comparado con ella, todo el pensamiento y la acción de los seres humanos son un reflejo exageradamente insignificante. Está fuera de toda duda que algo parecido es lo que poseyó a los genios religiosos de todas las épocas.

La idea de un Dios personal me resulta extraña, inclusive me parece ingenua. No creo en la inmortalidad del individuo y estimo que la ética es un tema únicamente humano sin ninguna autoridad superhumana detrás de ella. Muchos creen el en Dios que juega a los dados, en cambio yo en las leyes perfectas.

La palabra “Dios” para mí no es nada más que una manifestación y el resultado de la debilidad humana. Y respecto a la Biblia, presenta un conjunto de leyendas honorables, pero primitivas e infantiles. Ninguna exposición por más elegante que sea me hará cambiar de valoración. No pretendo imaginarme a Dios, pues me basta asombrarme con la estructura del mundo. Y el valor de un hombre no se mide por sus creencias religiosas, sino por los impulsos emocionales que recibe de la naturaleza.

Sobre Dios, igual al mundo, no conocemos nada, más bien todo nuestro conocimiento es infantil, primario. Pienso que deberíamos saber más, sin embargo la naturaleza real de las cosas jamás la conoceremos.

Finalmente, hay quienes afirman que Einstein llamaba “Papagoyim” a los seguidores de la iglesia, tal vez porque esa palabra con incidencia teutona se refería a que los seguidores del papa repetían como loros lo que el mismo decía.