Es muy difícil, y con tendencia a una misión imposible, el intento de hallar elemento o vestigio, o conjunto de ellos, que definan de manera palmaria el inicio  existencial de la Naturaleza, como un todo. Muchas teorías surgieron de estudios que se realizaron a lo largo del tiempo, y aún hoy en día  continúan efectuándose pero cada vez con mayor difusión  y  tecnología aplicada. Sin embargo,  sigue vigente la afirmación  que en su momento realizó Albert Einstein: “En mi larga vida he aprendido una cosa: que toda nuestra ciencia, comparada con la realidad de la naturaleza, es primitiva e infantil y que, a pesar de todo es lo más valioso que tenemos”. O la perfección del universo, tal como lo concebía Baruch Spinoza, y en la cual fundaba su panteísmo filosófico, mientras manifestaba: “Dios es idéntico al orden matemático del universo”.

En consecuencia, la valoración planteada en el párrafo anterior  empequeñece al ser humano en grado superlativo ante el universo y, sin dudas, lo torna débil y trivial. No obstante, a la vez concede la vida y, también, nos protege durante toda nuestra existencia. Entonces, ¿por qué no le devolvemos algo para que todo siga andando de la mejor manera? Claro que  ello es posible solo si comprendemos esa necesidad y estamos contentos por ser parte de este mundo, porque tal estado de ánimo nos predispone adecuadamente.  Al respecto, propongo que partamos del ideal que define nuestra genuina y profunda felicidad por vivir, lo cual  induciría  a realizar un aporte permanente, conducido a preservar la Naturaleza, puesto que es el modo racional de cuidar la vida propia, de nuestros hijos, del prójimo presente y de la posteridad, sin límites de tiempo ni espacios. Porque favorecer la vida en cada jornada para que continúe normalmente en todo el planeta, representa el mayor legado para las generaciones futuras.

De  allí  la  importancia esencial que contiene el medio ambiente. Luego, y en detalle, ¿cómo podríamos efectuar un aporte generoso, amplio y permanente?  Es muy simple convertirse en ferviente custodio de la Naturaleza, para lo cual deberemos comenzar por amar la vida,  luego es necesario comprender  que nuestro planeta también nos necesita. Por consiguiente,  esta apreciación se convertirá regularmente en la fragua que alimenta la voluntad destinada a cumplir con tal objetivo, mediante los procedimientos siguientes, por ejemplo: 1) No deforestar irracionalmente, sino por el contrario, tender continuamente a plantar más árboles y  a todos cuidarlos con esmero, sin que esto sea un menoscabo no justificable en la superficie dedicada a la ganadería y siembra. Y es muy importante que la reposición de árboles se efectivice preferentemente con ejemplares autóctonos, aquellos  que la naturaleza eligió para establecer un equilibrio ecológico a través del tiempo, cuyos  montes existieron aquí en la provincia de Córdoba, por caso,  hasta  unas pocas décadas   atrás  2)Jamás provocar incendios de montes y campos, pues nunca habría razones valederas para tal depredación, sino que solo es la malicia de algunos individuos  que comandan casi siempre estas acciones  3)No quemar neumáticos en las manifestaciones de protesta, porque ningún derecho ni reclamo alguno  justifican esa acción; no contaminar con materiales tóxicos  los cursos de agua, ni tierras o lugares habitados por seres vivientes    4)Cuidar el agua potable, no consumirla en exceso y menos aún, derrocharla  5)No valerse tozudamente de materiales que no son biodegradables  6) Desechar, y para siempre, el uso de energía atómica como recurso de cualquier índole Y menos aún destinarla a preparativos bélicos, pues la humanidad clama por la paz, ya que es la única forma de asegurar la vida en el tiempo   7)Reciclar la basura, esto significa seleccionar primero para luego convertirla en sustancias útiles para fines diversos. Por caso,  se obtienen materias primas para fabricar otros  productos, incluso es posible lograr abonos para la tierra. Etc.

 Y de este modo, todo sería ordenado, saludable y civilizado, donde la calidad de vida estaría, sin dudas, en primera fila. Caso contrario, y por este último punto en particular,  mostraríamos al mundo que somos proclives al subdesarrollo, porque no nos preocupa la acumulación permanente de basura, lo cual se convierte en irremediable foco contaminante de aguas y tierras.  Cuyo resultado degrada la calidad de vida  y destruye la fertilidad de las tierras afectadas a través del tiempo. En síntesis,  ofreceríamos un panorama que nos deprecia como sociedad.

Para terminar,  ¿se dio cuenta el lector que  esta cuestión depende únicamente de la voluntad de la gente que habita en cada lugar?  Y si a estos pensamientos le agregamos  una manifestación romántica con el fin de entender esta problemática desde ese estado de ánimo inclusive ¿Sí?  Entonces nada más lindo que la frase del ruso  León Tolstoi: “Pinta tu aldea y pintarás el mundo”.