En un recóndito paraje  de la “Pampa gringa”, y en tiempos que la música romántica hacía furor en la juventud, más la desinformación social y política que era un clásico para todos los habitantes  de la zona. Allí, en  el preciso instante que el sol comenzaba a despuntar sobre  el horizonte, y la   mañana de mediados de julio se presentaba verdaderamente gélida, en tanto que dentro de un precario corral, sin ningún reparo de vientos ni lluvias, tres tamberos caminaban encorvados entre las vacas, como oponiendo resistencia a la temperatura que intentaba sobrepasar los abrigos superiores, confeccionados a modo de ponchos  y  con arpillera de trama compactada. En esas desapacibles condiciones, dos veces por día  se realizaba la tediosa y eterna rutina del tambo. Uno de ellos, un niño de escasos 10 años de edad, continuamente efectuaba su tarea de pie, posición que en determinado instante le permitió observar un acontecimiento insólito, sin dudas. A su izquierda  y al sur de un pequeño monte de viejos paraísos, apenas a unos 80 metros desde su lugar de trabajo y donde comenzaba un sembradío de centeno, vio que Chilín, un perrito ratonero, de color blanco con algunas manchas negras y marrones, que tendría  4 años de vida, emprendió su hostilidad contra una corpulenta liebre, que tal vez pesaba el doble de su pendenciero  adversario.

El sol ya iluminaba  el sector, por eso el escenario y los protagonistas  eran claramente visibles. Y también notorio era que la embestida de Chilín no se presentaba como demasiado decidida, pues sus patas se movían con cierta dificultad, parecían medio entumecidas. Tal vez haya sido su instinto de conservación  que le hizo pensar en la corpulencia de su eventual oponente, porque la liebre era de una categoría pugilística mucho mayor y el miedo no es tan zonzo.  Por otro lado, la liebre, siempre tímida, rápida y sutil, seguramente captó el arrugue de Chilín, entonces sobrevino el comienzo de un hecho realmente increíble, dado  que ella frenó su marcha, se sentó y desde muy cerca miró fijamente al ratonero, el cual quedó sencillamente paralizado.

Evidente, el primer raund  lo ganó la liebre. La cual, sin dudas, quiso extender su victoria. Entonces, dio un irascible y belicoso salto hacia Chilín, el que reaccionó de inmediato con un grito de dolor, tal como si hubiese recibido una pedrada o algo parecido, y luego dando muestras de espanto corrió a toda velocidad unos cien metros aproximadamente, mientras que la liebre lo perseguía a corta distancia. Seguramente escapaba para “salvarse”, y con ese propósito se introdujo desesperado  en la vivienda del patrón.  Apenas unos instantes después, por la misma puerta asomó su cabeza estirando al máximo el cogote, y desde allí observó con evidente recelo en dirección al lugar donde podría estar su atacante, por las dudas. No sea cosa que la libre continuara con malas intenciones. Pero ella había desaparecido.

Y luego de  un tiempo prudencial en su manera de entender la realidad, en que oteó adecuadamente el panorama y sin divisar “moros en la costa”, decidió abandonar el refugio con la aparente intención de desandar el camino de la fuga y verificar, a su modo, el porqué de lo sucedido. Al final, todo parecía normal, hasta llegar al sitio donde antes se enfrentó con aquel animal tan camorrista, pero nada para temer sucedía. Después, dando saltos de alegría emprendió mayor velocidad, como sintiéndose otra vez  dueño absoluto del verdeo, sitio reciente del acto de cobardía. Y de esa forma habría recorrido unos  cien metros, cuando de pronto ante sus ojos y dando un descomunal brinco apareció nuevamente  esa “maldita liebre”, la que había permanecido escondida en el pasto, como esperando una nueva oportunidad para  reiterar el enfrentamiento. En consecuencia, ante tal situación es probable  que Chilín ni siquiera una estrategia de defensa haya imaginado, por ello giró velozmente y escapó en dirección a la guarida elegida solo por la memoria asociativa, pues resultaba entendible a simple vista que el volumen de energía disponible en su cuerpo  estaba  destinado totalmente a las patas, único medio de salvación en tan azaroso momento.

Tropezar más de dos veces con la misma piedra jamás. Porque era notorio que el temor lo abrumaba, por eso no volvió a salir del escondrijo hasta que sus amos  retornaron  de la faena diaria. Entonces, al sentirse respaldado por ellos, Chilín salió de la casa embravecido mientras que por doquier lanzaba feroces ladridos. En realidad, parecía a simple vista que había enloquecido. Sin embargo,  la liebre  ya no estaba allí, y nunca más la volvieron a ver en ese lugar.