vesuvioLa siguiente explicación sobre el origen y  consecuencias que podrían generar estos fenómenos de la naturaleza, fue lanzada desde un libro destinado a alumnos de la escuela elemental, cuya edición se realizó en Florencia, Italia, en el año 1843. Y un ejemplar del mismo, fue traído por una niña llamada Caterina Dardatti, en  el año 1878, cuando junto a sus padres vino a la Argentina como inmigrante. Ahora  ese valioso documento integra mi biblioteca de los recuerdos, lo cual posibilitó traducir y ofrecer algo de su contenido.

Hay algunas montañas que de vez en cuando expulsan humo y llamas. Y no solo producen humo y llamas, sino que además vomitan una materia ardiente llamada lava, la cual corre e inunda tal como si fuese líquido denso, hasta que enfriándose se convierte tan dura como el mármol.

Y en esto no hay nada de maravilloso. ¿Tienen goma? ¿Tienen un pedazo de plomo? Métanlos en el fuego, se destruirán, y se convertirán en líquido como el agua. Si luego son enfriados, entonces retornan tan duros como antes.

De esas montañas, exactamente como de una gran olla hirviente, emanan espantosas sustancias diversas, incandescentes y líquidas. Estas montañas se llaman volcanes, y la apertura de la cual expelen esa lluvia de sustancias inflamadas, se denomina cráter.

Tremendas son las erupciones de los volcanes. Los volcanes son capaces, a veces, de vomitar tanta lava que podrían incendiar y sepultar ciudades enteras. Italia tiene dos grandes volcanes: el Vesubio, cerca de Nápoles, y el Etna próximo a Catania en Sicilia. El Vesubio, hace casi 1800 años, esto es en el año 79 luego de la venida de Jesucristo, sepultó dos ciudades, Pompeya y Ercolano. Sin embargo quien observa el Vesubio que se muestra sonriente bajo un bellísimo cielo, circundado en todo su entorno de fértiles campos, no lo creería nunca un tirano exterminador de miles y miles de criaturas; y viendo todavía en sus faldas las tranquilas cabañas de los campesinos, ninguno se pondría a pensar que cada tanto, todo incandescente rugiría con tremendas amenazas de causar estragos en tantas vidas y sepultar bajo inmensas capas de cenizas y lava a aldeas, villas y ciudades.

Era el 23 de noviembre del año 79. De los habitantes de Pompeya algunos  estaban en su trabajo, pero la mayoría disfrutaba una representación en el anfiteatro, allí una muchedumbre alegre aplaudía a los actores. Pompeya distaba del Vesubio cerca de 10 kilómetros, ni aquellos habitantes hubieran dudado jamás una muerte por parte del mismo, puesto que no tenían memoria de erupciones y el volcán se creía apagado. Cuando de repente el volcán comienza a verter sobre la infeliz ciudad una copiosa lluvia de cenizas y de pequeñas piedras. Los habitantes huían espantados, pero los vapores sofocantes, que siempre acompañan las erupciones del Vesubio, los sorprendieron y a muchos mató. Se escucharon por doquier los gritos desesperados de los moribundos. No restaban lugares seguros, la ciudad quedó totalmente sepultada, en apenas una hora jóvenes, inocentes, miles de hombres, mujeres, tantos pobres ancianos que esperaban otro género de muerte, perdieron la vida en medio de angustias indecibles.

Igual suerte corrió Ercolano, la otra ciudad, pues ambas fueron sepultadas. Sin embargo, con el paso de los años crecieron sobre ellas vides, huertas y jardines. Y los descendientes ignorantes de ello cultivaron por cientos de años aquellas tierras que sepultaron los cadáveres todavía intactos de sus antepasados.

Desde hace un tiempo se van desenterrando las dos ciudades. Los cadáveres de los desgraciados habitantes se encuentran aún en igual actitud en la cual los sorprendió la muerte  inesperada y atroz. Por ejemplo, una joven madre apretaba todavía en su pecho al hijo lactante. Y en los portales de Ercolano fue encontrado en su puesto a un fiel centinela con una mano en la boca para salvar la respiración, y la otra mano en su lanza. Cuyas muestras nos permiten elaborar una idea aproximada sobre la magnitud del espanto por aquella tragedia, que solo en pocas horas sepultó a dos ciudades y mató a gran cantidad de sus pobladores.