Al ver el paso de los días en soledad, mientras que el tiempo transcurre  y va formando paulatinamente el hábito de convivir con esa forma. Es decir que el proceso de acumulación moldea el ánimo, pues lo convierte, a la postre, en una verdadera factoría de emociones que luego regirán  los destinos de la comprensión. En consecuencia, esa acción formativa sobre el individuo es inevitable, independientemente del beneficio o perjuicio que podría inferir.

Y más aún si consideramos la vida de campo en otros tiempos, por ejemplo, que era forzosamente aislada, dado que sus pobladores carecían de medios adecuados y de alternativas normalmente válidas para trasladarse, salvo por algún motivo imperioso. En otro orden, todo estaba tan distante por la misma geografía del lugar, más la dinámica propia  de los medios de transporte disponibles en  esa época.  Pero cuando decimos esto no nos referimos a un pasado tan lejano, sino apenas seis o siete décadas atrás. Incluso incidía con rigor  la inclemencia de los temporales con lluvia, en especial durante el invierno, y el lodo por doquier  sellaría la imposibilidad del traslado, que el campesino mansamente aceptaba con resignación. Y si a toda esta situación, le agregamos la falta de diarios, radio, revistas y ni  hablar de la televisión, que el colono ni siquiera  conocía, pese a que en las ciudades importantes comenzaron a aparecer algunos aparatos, como novedad y esnobismo.

Por todo lo expresado, resulta fácil concluir que en ese contexto los habitantes  del lugar necesitaron bucear en su propio interior para cultivar el  ánimo de cada día. Pero muy difícil, o imposible, continuó siendo el logro de la información  que trascendía la propia frontera doméstica. No obstante, tampoco importaba demasiado. Y sin dudas, resulta un tanto paradójico en estos tiempos modernos, afirmar que eran felices dentro del desconocimiento  de los sucesos que correspondían al otro lado de su entorno poblacional. Tanto es así, que no resulta fácil dimensionar ahora la indiferencia e ignorancia que conformaron el modo de vida de aquellos tiempos. Por ejemplo, en cierta ocasión alguien con aviesas intenciones preguntó a un viejo campesino: ¿Quién es el presidente de la nación en este momento? Y la respuesta inmediata, en perfecto cocoliche, fue: “ma stava Perón, no sé si stará todavía”.

En este ámbito culturalmente inhóspito y por las distancias también, aquel adolescente del título, desarrolló gustos propios, los que su genuina sensibilidad demandaba en ese tiempo. Y no impuestos desde afuera,  por ejemplo, desde alguna publicidad casual o por la sugerencia de un tercero. Y este modo de valoración personal  continuó vigorizándose  de manera creciente durante todo el  tiempo que el joven viviría en ese medio. Pues comprendió que la publicidad, con frecuencia, “fabrica” reyes, héroes y cosas fabulosas para un consumismo proclive, o destinado a esnobismos volátiles. Cuyo resultado se basa siempre en fines económicos y suele, de diversas maneras, ir en desmedro de la autoestima del prójimo.

Pero un día aconteció una especie de milagro. Sí, no podría llamarse de otra manera, porque su padre volvió de un pueblo más o menos distante, donde compró una radio que funcionaba con pilas. Entonces, imaginen la felicidad nuestro chaval. Luego, con la disponibilidad de ese medio, pronto tendría una gran cantidad de razones para fomentar su genuino romanticismo a través de algunos cantores solistas, tales como: Nino Bravo, Nicola Di Bari, Charles Aznavour, Matt Monro, Lucho Gatica, Javier Solís, Sandro, Altemar Dutra, Jairo y Tito Rodríguez. O conjuntos musicales, a veces con la participación de eximios cantores, los cuales fueron:  Ray Conniff, Franck Pourcel, Paul Mauriat, Helmut Zacharias y Sus Violines Mágicos, Xavier Cugat, Billy Bond, Serenata Tropical, Cuarteto Imperial, Los Indios Tabajaras, Los Iracundos,  Los Románticos de Cuba y el inigualable Trío Los Panchos, etc. No obstante, en ciertas oportunidades retornaría  la ausencia de agradables sensaciones auditivas que provenían, en especial, de la música. Y esto  sucedía cuando se agotaron las pilas, por caso, pues por esa razón se vería inhibido de tal privilegio, y casi siempre durante  un indeseable espacio.

En otro aspecto, era en períodos de cosecha cuando sucedían cosas que regocijaron  a nuestro personaje. Los peones convocados por su padre, que según  la costumbre, más la necesidad del momento,  variaba  entre 4 y  6 personas, todas ellas residían en poblaciones un tanto alejadas para la consideración de aquellos tiempos. Por lo general  eran conocidos y venían solos, sin embargo, en ciertas ocasiones, alguno de ellos trajo consigo  un hijo, adolescente también. Por otro lado, la cosecha demandaba  el proceso que duraría un mes, como mínimo. Entonces, por ese lapso, nuestro doncel tendría asegurada la compañía, que disfrutó con vigor en el entusiasmo y como queriendo derrotar a la soledad que en tiempos normales  lo sumía en el ostracismo. Por consiguiente, los juegos comunes, los nuevos que aportaría  cada uno, más la sensación de misterio generada por la única razón de pertenecer a un lugar distante del propio, con gustos un tanto extraños y, por eso, atractivos. Lo cual fortaleció una verdadera amistad mientras duraría esa convivencia lacónica.

Sin embargo, de manera recurrente, el problema  reaparecía justo en el instante en que las visitas debían partir, y era cuando  la tarea de  cosecha finalizó completamente. Por ello, una profunda tristeza invadía  su alma  y perduraría por varios días. Entonces empleó un recurso que no solo le permitió revivir ciertos momentos, sino que incluso trató de caminar  durante varias jornadas sobre las huellas del calzado, plasmadas por sus eventuales amigos y dispersas por el amplio patio de la vivienda. Hasta que tales improntas desaparecieran por efectos del viento y volvería a sentirse solo,  incluso a pesar de los recuerdos atesorados.  De este modo, pasarían los días y en parsimonioso transcurrir debió  regresar al mundo cotidiano, el mismo de las cosas y sucesos previsibles. En suma, tuvo que  volver a transitar la tediosa e inexorable línea horizontal de la eterna monotonía.