Estamos solo a días del final de un año cargado con tristezas y esperanzas. Sí, se trata de una rara mezcla de múltiples sentimientos que colisionarían desde su semántica,  sin embargo, aquí la providencia los unió por accidente. Y será, tal vez, para que en ése entorno pudiéramos crear los procedimientos más adecuados y, con ellos, hacer frente al doloroso estrépito de una verdadera tragedia mundial. Por consiguiente, en este marco y de manera casi instintiva, fuimos forjando las variadas alternativas con el propósito de capear el ímpetu de un auténtico drama universal, donde entró en riesgo la propia vida, más la vida de nuestra familia y la de todos los habitantes  del planeta tierra. Convirtiéndose, de esta forma, en una verdadera pandemia. Pues no quedaron sitios donde no prosperarían las fuerzas del mal y sin siquiera un resquicio de excepción para defendernos, más que un simple barbijo o un aislamiento antinatural y lacerante para la condición humana, tanto desde el punto de vista emocional, por sentirnos privados del bien más preciado en la condición humana, el que llamamos libertad. Y el desmedro a la posibilidad de ganar el sustento económico de cada jornada. No obstante esta precariedad en los recursos de defensa, resultó paradójicamente útil, pues en lo inmediato no teníamos otra manera más eficiente para cubrirnos de semejante flagelo.

Pero todo comenzó a cambiar desde la creación y disponibilidad de la vacuna, merced a lo que es capaz de desarrollar la ciencia, fuente de tantísimos “milagros” para beneficio de la humanidad. En consecuencia y en homenaje a la verdad, deberíamos valorar a la vacuna contra el Covid-19 como  una auténtica bendición, porque se convirtió rápidamente en el recurso más idóneo  para proteger la vida de todos. Sin embargo existe otro peldaño del destino que una parte de la población mundial debería transitar y consiste, precisamente, en tratar de comprender y aceptar que la importancia  de la vacunación es casi igual a la vida misma. Tal como lo demostraron otras vacunas a través de los años transcurridos, con la efectiva prevención de enfermedades causantes de graves consecuencias  para todos los habitantes del planeta. Por otra parte, la persona que se vacuna no solo se protege a sí misma, sino que extiende el beneficio de la inmunidad para bien del prójimo. Es decir que, de manera innegable, una especie de altruismo existencial aparece en esta acción.

Y luego de las breves consideraciones anteriores, que valoramos como cruciales y efectuadas en un momento adecuado a la agenda del destino. A pesar de todo, son los acontecimientos  normales de fin de año los que  convocan y atrapan naturalmente nuestros sentimientos. Por eso, y tras una luz de esperanza, como sucede al término de cada año, nada más sentimental y profundo que tratar de reunirnos con nuestros seres queridos y amigos entrañables para despedir un tiempo de borrascas y, por otro lado, receptar emocionados un año nuevo cargado de vaticinios, cuyas realizaciones nos aseguren la salud, la paz, la libertad y el trabajo que nos demanda la vida para conservar íntegramente su esencia sublime. Finalmente, por todo lo  expresado en este párrafo dedicaremos nuestro brindis, al cual invitamos a consentir.

¡Hasta el año que viene!