SAM_6014Un refrán popular expresa: “Al compartir alegrías, las multiplicamos. Y si compartimos penas, las dividimos”. La intención de este pensamiento es excelente, pero su propósito cobra mayor volumen si el sitio donde se desarrolla, es un espacio social normalizado por el civismo que impera  en las relaciones humanas, esta  condición es fundamental. En consecuencia, si prescindimos de ella por cualquier razón en base a la vulgaridad,  egoísmo,  indiferencia u otros motivos inconfesables, entonces prosperarán naturalmente las desventuras comunes, sean sociales, económicas o políticas, las cuales tienen su fundamento en la cuestión moral. De este modo, sería casi imposible en la práctica que prospere el beneficio del proverbio mencionado al inicio u otros que tienen igual fin social, porque no existe el condimento solidario.

Por lo tanto, si la moral pública es en sí un problema, más que una virtud, en la repetición de los actos con un nivel de comportamientos inadecuados, los resultados pueden doler en su verdadera dimensión al  principio, no obstante, con el simple transcurso del tiempo, se va elaborando naturalmente una suerte de “anestesia” sobre el ánimo social, que terminará por quebrar la resistencia a lo negativo.Por ello, aquí toma vigencia la convicción de que toda persona a lo malo también se acostumbra. Y ante tal situación surge espontáneamente un pensamiento del  prócer Manuel Belgrano, que manifiesta: “Me hierve la sangre al observar tanto obstáculo, tantas dificultades que se vencerían rápidamente  si hubiera un poco de interés por la patria”. Luego la deducción es de orden matemático, pues solo basta invertir la estimación anterior para que prospere la miseria de la mediocridad y el fracaso.

Además, necesitamos comprender que el terreno fértil para crear una situación de deterioro social es la carencia de cultura, porque: “La actividad más importante que un ser humano pueda lograr es aprender a entender, porque entender es ser libre”, afirmaba el filósofo holandés, Baruch Spinoza. Por consiguiente, un gobierno dispuesto a lograr y luego difundir tal situación, le basta con declamar la  educación, manipular programas, pauperizar escuelas, cerrar establecimientos de enseñanza con cualquier excusa, mantener bajos los sueldos para los docentes, no edificar más escuelas, etc. “Donde hay educación no hay distinción de clases”, expresaba el filósofo chino, Confucio.

Finalmente, vemos que resulta muy simple captar el origen de la mediocridad, lo cual asegura la eterna vigencia del subdesarrollo, con todas sus derivaciones lógicas, pero por sobre todo está dirigida a perpetuar un estilo de gobierno que favorece  los intereses particulares  de ciertos individuos y agrupaciones,  mientras van cultivando la insensibilidad hacia las necesidades del conjunto social, porque mellan su capacidad de reacción, al tiempo que niegan o distorsionan sistemáticamente la verdad de los hechos mientras argumentan, como desde un libreto: “que todos juntos vamos hacia el país soñado, es decir, camino al  verdadero Paraíso, a pesar de las acechanzas y envidias ajenas”. Y donde el transgresor permanente de las reglas que ordenan una convivencia digna, es titulado como un verdadero estadista.