La consigna  bastante difundida en la sociedad  es: “no hablar jamás de uno mismo”. Tampoco contar algunas vivencias propias, donde el relator es protagonista, sin embargo, el filósofo español, José Ortega y Gasset, aseguraba al respecto que: “Muchas veces hablo de mí porque soy la persona que más a mano tengo”. Y proseguía diciendo: “Es precisamente cuando quiero relatar mi experiencia, la cual considero amena y provechosa para el eventual interlocutor”. En esta descripción cabría agregar la afirmación de Lucio A. Séneca: “Si me ofrecieran la sabiduría con la condición de guardarla para mí sin comunicarla a nadie, no la querría”.

Por mi parte añado que no está mal hablar de sí mismo, para nada, pero solo cuando nuestra manifestación reúna tres condiciones esenciales: primera, es decir la verdad; segunda, tener la intención de ser beneficioso al oyente y tercera, no abusar con la extensión del tema desarrollado o de cualquier otra explicación que se pretenda llevar a cabo.

En consecuencia, algunas veces elaboro la propuesta  en base a experiencias propias, es decir en primera persona, no obstante el único propósito es sustentar lo que ofrezco a través de las letras y lograr, de este modo, la mayor utilidad y comprensión por parte del lector. Pues con mis palabras no me hago importante, por propia voluntad, sino que importante me haría el lector si le gusta lo que escribo. Y esto sucede  siempre con la filosofía bien entendida, es decir cuando la filosofía es fructífera a los demás mediante reflexiones y ejemplos que jamás podrían contener la malsana exaltación del yo personal. Por consiguiente, de esta forma el fin es noble, sin dudas.

Por otra parte, es frecuente escuchar expresiones tales como: “yo jamás hablo de mí”. Pienso que manifestaciones como éstas suelen incluir alguno de los tres aspectos siguientes, que son serios: uno, induce a una equivocada interpretación de la verdad; dos, puede esconderse una marcada pedantería detrás del silencio y tres, en el momento que se opta por el enigma para cautivar al prójimo o no desean decir la verdad, pues ella no favorece. “Habla para que yo te conozca”, decía el filósofo griego Sócrates.

Tal vez, la consigna original con que comencé la presente exposición haya surgido del recurso que emplearon, desde siempre, algunos sujetos que intentan mostrar al prójimo que viven siempre  en la “cresta de la ola”, o que son campeones  en “todo terreno”.  Pero por esta situación, en particular, nunca deberíamos generalizar  en modo peyorativo, según la evaluación  que en su momento hizo Ortega y Gasset y  a la que adhiero totalmente,  porque creo que no es racional ni constructivo hacer pagar a “justos por pecadores”. Seguidamente y para finalizar reitero una frase genial de Friedrich Nietzsche:  “La palabra más soez y la carta más grosera son mejores, son más educadas que el silencio”.