imagen1sema-jEn Uruguay, Chile o Italia, por ejemplo, no necesitan colocar semáforos donde existe una senda peatonal, demarcada con rayas transversales y  realizadas con pintura blanca. Zona cebrada suelen llamarle también. Y no necesitan de semáforos porque todos los conductores, sin importar el  vehículo,  detienen espontáneamente la marcha, y no se observan excepciones, entonces no  importa si se trata de una moto, auto, camión o colectivo. Y tal vez este resultado acontece porque estos pueblos habrán comprendido que por el camino de la civilización se disfruta más la vida, incluso se hace más digna la convivencia.

En cambio en la Argentina no suceden esas cosas, porque campea en el espíritu del conductor común el sentimiento de que, mientras maneja, se halla al comando de un medio con prioridad de paso, privilegio que siempre funda en  el tamaño o la fuerza de  su vehículo. Es decir que esta situación tiene lugar cuando dicho medio empleado para el desplazamiento constituye inclusive un objeto de agresión, donde el más fuerte impone sus propias condiciones, a su antojo, por sobre el derecho del conjunto, lo cual evidencia una conducta selvática, pues contiene rasgos de barbarie. Por ello pasamos las fronteras hacia el permanente deterioro de nuestra calidad de vida.

¿Cómo solucionamos este problema? En primer lugar es necesario captar  que tal cuestión  existe, luego debemos reconocerla plenamente, mediante una estimación honesta. Y a partir de allí, corresponde elaborar  soluciones adecuadas que parten de la educación vial y cívica, cuyo propósito se realizará  con materias relativas, que integren los planes escolares de nivel primario y secundario, como mínimo. A lo que es menester agregar el respeto a las reglas  por parte de todas las personas mayores, esas que por su edad ya no pasarían por los claustros escolares, entonces, para ellas se debería establecer la obligatoriedad de participar en cursos breves, de dos horas, por ejemplo, en momentos que tramitan la obtención o renovación del carné para conducir. Y toda difusión educativa realizada en los medios gráficos, radiales, televisivos o, simplemente, mediante carteles instalados en la vía pública es muy importante. Por otra parte, jamás se deberían crear en cualquier modo niveles de impunidad, que tanto daño producen a través del ejemplo asociativo, pues éste  moldea naturalmente el ánimo de la gente.

Sin embargo, no es razonable esperar soluciones definitivas en el corto plazo, como consecuencia  de la aplicación de  procedimientos descriptos en el párrafo anterior, sino que deberemos proveernos de suficiente paciencia  para que en el transcurso del tiempo vaya madurando en las personas el comportamiento que paulatinamente va delineando el aprendizaje destinado a respetar las reglas universales del tránsito vehicular. Por consiguiente, las autoridades respectivas que alguna vez tomaron en serio la decisión de fomentar un cambio cultural en este tema, quedarán en la historia como aquellos autores de grandes decisiones, las que además de ser vistosas ante el mundo por la civilidad que contienen, contribuyen a proteger la vida de su pueblo.