Paz, equivale a un estado emocional que nace y se expande desde adentro de cada individuo, forma parte del alma y luego comanda las acciones, en cuyo espacio también inciden las condiciones externas, generadas por el entorno natural u otras personas, en actitudes pasivas o activas. Vale decir que ese estado emocional se exterioriza con el ímpetu que le proveen los sentimientos, aquellos que regulan el comportamiento a través de la razón, cuya base  definimos como factor interno. No obstante, tales manifestaciones podrían ser diversas, tanto en el contenido, cuanto a la intensidad de las mismas, pues no hay estándares perfectos para cada ocasión.

Es verdad incluso que la intensidad de una conducta depende, en buena medida, de factores externos de índole cultural, religioso, histórico o económico. Y es allí donde, aparte del temperamento propio de la persona en cuestión, inciden factores de masa, y no siempre con fines adecuados. Cuyos parámetros tienden a que cada individuo vaya perdiendo su identidad genuina y de ese modo se vuelva funcional al conjunto, situación que afectará en grado negativo cuando el fin es reñido con los cánones normales de una vida civilizada. Y tal vez, el principal síntoma, como denominador común, consiste  en el fomento de una especie de beligerancia funcional, en contraposición  con el sentimiento que demanda la paz interior.

En el seno de cualquier sociedad, con frecuencia existen razones para adoptar actitudes de inconformismo, pero no siempre justificables. Y es aquí donde se crean “los rebeldes sin causa” que suelen nutrirse desde un púlpito conducido por alguien con aviesas intenciones o, simplemente, que pretenda difundir  su filosofía de vida al tiempo que preconiza el camino hacia un mundo mejor, fundado en utopías que solo anidan en mentes difíciles de comprender dentro  del recinto social que alberga los valores consagrados universalmente.

¿Desde el exterior, cómo construir la paz en el ánimo de las personas? El pilar básico, donde se fundan todas las esperanzas, lo define la justicia que emana de las leyes aplicadas por los jueces, tomando como eje a la propia Constitución Nacional, que, por ejemplo, en su art. 16 expresa: “La Nación Argentina no admite prerrogativas de sangre, ni de nacimiento; no hay en ella fueros personales ni títulos de nobleza. Todos sus habitantes son iguales ante la ley…” En consecuencia, por factores externos, el único camino que haría realidad el sentimiento de paz individual y colectiva dentro de un país, es precisamente la justicia, respaldada por un Poder Judicial independiente, activo e inflexible. A lo cual, debemos agregar la directa incidencia que tiene la acción del poder político que en ese instante gobierna a las personas en consideración.

Por último, con esta exposición no se pretende concebir una manifestación exhaustiva de las causas, efectos y soluciones para lograr una meta, sino que impera el simple propósito de realizar una composición de lugar que nos permita  transitar de la mejor manera  por  esa senda  tan preciada, que universalmente denominamos paz.  Y por la que el Mahatma Gandhi manifestaba: “No hay camino para la paz, la paz es el camino”.