images (1)

Cuando los decibeles son elevados, solemos creer que estamos inmersos en una vida plena, intensa, donde las sensaciones se multiplican y traducen en deleites o  padecimientos. No obstante, si meditamos con mayor interés, a partir de cierto punto comenzaremos a comprender que en la superficialidad de las cosas, es la vida del prójimo la encargada de contagiarnos estados de ánimo y conductas, mediante la manifestación del comportamiento de cada uno, con ideas y procedimientos  que nos inducen a funcionar al compás  general. Diríamos también, que en gran medida es consecuencia del movimiento de masas.

La manera anterior significa vivir desde afuera, con acontecimientos externos, propios y ajenos, donde el principal órgano perceptivo es el ojo humano que canaliza el ingreso de los diversos influjos, los cuales luego definirán nuestros  comportamientos, casi como actos reflejos,  y  cuyo conjunto identifica el acervo cultural  de la sociedad que integramos.Y  este  desenlace por inducción  se debe a que frecuentemente olvidamos bucear en la profundidad del alma, y aquí explorar nuestro lado espiritual, sitio que tiene importancia fundamental y es  infinita su dimensión.

¿Cómo se accede a ese lugar? Será simplemente a través de la meditación, que permite navegar por los pensamientos e imaginar un mundo de cosas, y  comprender cuáles son los caminos de la vida que más se adecuan a las propias aspiraciones personales. Más los múltiples sonidos del silencio, a partir del  corazón que late con frenesí  como empujando la vida en el tiempo.

Y en este mundo interior, aparte de cultivar ilusiones, que son razones para  vivir esperanzados, tenemos el sitio donde reside también la imaginación, esa aptitud sin límites de zona ni de tiempo que necesita de la paz, interna y externa, para desarrollarse en plenitud y así poder repetir lo que aseveraba Albert Einstein: “La imaginación es más importante que el conocimiento”, cuya fuente permite  reflexionar con normalidad  sobre las diferentes alternativas que nos ofrece la vida y así contar con la posibilidad de perfeccionar las decisiones, ampliar  horizontes y cultivar el humanismo individual que, al final, redundará en beneficio de todos. Un instante adecuado de soledad  es el único requisito  para ejercitar de manera óptima nuestra espiritualidad.

Y  viviremos a pleno los sonidos del silencio cuando  el caudal de pensamientos sea suficiente y eficiente  para lograr nuestra paz interior, esa paz  que luego permite aislarnos por un momento de  acontecimientos externos  de la vida diaria. “Nuestra naturaleza está en la acción. El reposo presagia la muerte” afirmaba Séneca. Sin embargo, la acción bien entendida y más tarde  correctamente  realizada parte del silencio, de un instante de meditación, espacio de tiempo en que el razonamiento nos muestra la mejor solución  para el asunto que nos preocupa y, de esta manera,  podremos obtener un resultado adecuado para beneficio propio y del bien común.