Pienso que el humor ameniza y puede alegrar la vida de todos. En verdad no alcanzo a imaginar excepciones, sin embargo el contenido del ingenio posee matices particulares que definen la cultura de cada pueblo, y su verdadera esencia es atemporal. Por otro lado, si consideramos al humor en escala superior, se trata de un arte limitado a ciertas personas con talento creativo e histriónico, según lo expresaba Albert Einstein: “Sólo a una pequeña minoría le es dable fascinar a su generación a través del humor y la gracia”. En cambio, para el filósofo Friedrich Nietzsche: “La potencia intelectual de un hombre se mide por la dosis de humor que es capaz de utilizar”.

Y si nos remitimos únicamente al humor chacarero  de  tiempos pasados,  a ese humor que fundaron casi siempre en hechos reales de la vida. En épocas que la cultura campesina era producto de viejas tradiciones, y cuando cada pueblo o comarca instituía un verdadero compartimiento social estanco por carecer, casi por completo, de influencias externas que indujeran a un cambio importante en los usos y costumbres ancestrales.

En consecuencia, dentro de esa situación, los recursos eran muy limitados por la propia monotonía en la vida de esa gente, y la ironía se fomentaba solo con la imaginación doméstica de los pobladores  en cada zona, que incluso se nutría  con los hechos de cada jornada. Y este ejercicio representaba, además, uno de los pocos recursos de entretenimiento cotidiano, pues hasta el año 1950, aproximadamente, por el campo gringo no circulaban medios informativos de ningún tipo. Salvo el diario La Tierra, editado en la ciudad de Rosario y con frecuencia mensual, pero los colonos no lo leían nunca, más bien lo destinaban para asegurar el cierre hermético de las tapas en tarros que contenían chorizos a la grasa, por ejemplo.

 Por otra parte, en aquellos tiempos representaron excepciones quienes poseían una radio, la cual tampoco obedecía a las ansias de información y amenidad, sino a cierto esnobismo emergente, puesto que  en la mayor parte del tiempo se carecía de energía eléctrica por falta de medios adecuados para  la recarga de baterías. Sin embargo, también  otra valoración imperó en esos momentos, y era que leer el diario o escuchar radio en horas de trabajo, representaba una decisión que obligaba a abandonar los intereses económicos, lo cual era sencillamente inadmisible en la concepción valorativa de aquel entonces. Incluso, la hora de la cena rondaba las 20,30 horas en el verano y las 19 horas en el invierno, porque al día siguiente de madrugada la gente se levantaba para retomar las tareas de interminable rutina, donde jamás habría un asueto, una huelga o un encantador día en rojo que marcara el almanaque.

Y no faltaron motivos para elaborar situaciones jocosas que en esos tiempos aparecían como una necesidad del alma, tal vez de mayor impulso por la carencia de sensaciones diversas e impactantes en la vida chacarera, donde la natural monotonía constituía una verdadera regla que pacíficamente era aceptada por aquellos pobladores. Tampoco escasearon cándidos personajes siempre dispuestos a protagonizar las distintas “obras” que el  “libretista” de turno (verdadero gorro de lana) imaginaba con picardía. Y de este modo, fueron tomando cuerpo las situaciones, normales o inventadas, que sirvieron para amenizar determinados instantes y luego, las de mayor impacto emocional, quedarían en el recuerdo de los habitantes de la zona. Mientras que algunos de ellos transmitieron esas historias cómicas a sus descendientes  mediante narraciones reiteradas en el tiempo.

En el punto anterior, creemos que corresponde realizar una breve digresión, porque con el paso del tiempo, aquel humor chacarero de la vida doméstica, fue tomado por algunos personajes de la zona que, favorecidos por su vocación y talento, desplegaron la tarea de editar y promover esta sátira desde un cierto profesionalismo actoral. De esta forma, el primero en el padrón de los recuerdos se llamó «Chacho», años después siguió en el tema un tal «Gamba lunga»; y en la actualidad, es el «Popo Giaveno», el encargado de cautivar a la gente desde distintos escenarios de la «Pampa gringa», en especial.

Entonces la ignorancia era, en gran medida, producto del aislamiento y ambos, a su vez, presentaron el terreno fértil donde prosperó en el ideario popular esa singular manera de crear humor. No obstante, todas las personas del lugar estaban definitivamente inducidas por la inocencia propia de aquellas épocas y cuya particular manera de entramar los acontecimientos domésticos en la vida diaria es, hoy en día, solo cosa del pasado.