Una mañana primaveral, mientras promediaba el mes de setiembre, desde Arica (Chile) ingresamos a territorio peruano, y luego de recorrer 56km  arribamos a Tacna; pero a esta ciudad sólo la consideramos lugar de paso, pues nuestro destino siguiente era justamente Puno, distante 376km. Sin embargo, al seleccionar el itinerario y sin averiguar adecuadamente, pagamos un alto costo, porque nos metimos por un camino de montaña, realmente muy malo, imagínense,  únicamente un vehículo encontramos en todo el recorrido, y tal vez conducido por un incauto, como nosotros en esa ocasión.

Se hizo de noche, estábamos quedando sin combustible, no veíamos ni siquiera una luz a la distancia y menos aún, algún cartel indicador; ya con los corazones que latían muy alto en nuestros cuerpos avistamos un surtidor, instalado debajo de un precario techo y en medio de la nada; un cartel escrito a mano indicaba: “Grifo la cigüeña”, y allí obligadamente cargamos gas oil;  en este preciso lugar también, nuestro empecinado conductor, completamente exhausto, puso término a la tarea de manejar, por eso debí hacerme cargo del volante.  Posteriormente, cuando eran ya las 23 horas, por fin llegamos a Puno. Ah, y la velocidad máxima en todo este tramo no superó los 40km por hora.

En la mañana siguiente, desde el puerto lacustre, emprendimos la navegación por el lago Titicaca, una lancha de moderado porte era el medio, y después de andar unos 6km alcanzamos el archipiélago formado por cuarenta islas de totora (especie de junco que crece en los terrenos pantanosos de América del Sur), habitadas por los indios Uros, descendientes de una de las culturas más antiguas de todo el Continente. Estas islas, a 3809msnm, tienen unos 60m por lado, por 2m de espesor, conformadas por tallos de totora entrelazados y para evitar un eventual desplazamiento sobre el lago, las fijan en el fondo del mismo con cuerdas hechas, también, con totora; cuya profundidad en esa zona no supera los 20 metros. Y cada una está habitaba por 2  ó 3 familias. La totora es un recurso con el cual construyen las islas; incluso las viviendas y sus aberturas; también hacen balsas y la emplean como combustible y alimento humano. Y para hacer la comida, encender un fuego es casi inevitable, entonces cubren la posibilidad de incendios colocando capas de piedras sobre la superficie de totora. El Uro, es el único pueblo flotante del mundo, con estas características.

Desembarcamos en la primera isla; a la vista había tres hombres e igual cantidad de mujeres, muy amables y con evidencias de poseer  gran gimnasia en tratar al turista, porque de eso viven. Aquí cambiamos algo de dinero, con el fin de comprar algunas artesanías de este sitio, y un Uro realizó una operación matemática, sin calculadora, con una rapidez para el asombro.  Incluso nos encontramos con un importante contingente de turistas alemanes.

Luego uno de ellos, incorporando también el negocio, nos invitó a trasladarnos en su pequeña balsa, una distancia de 400 metros y así poder presenciar el ingreso de los niños a la escuela primaria; remaba con el estilo “cola de tiburón” muy llamativo y ágil. Al acercarnos, vimos cómo las madres llevaban a sus hijos en diminutas canoas, los que  descendían con celeridad para entrar al colegio; el cual no constituía una excepción, porque también estaba construido con totora. Este extraño acontecimiento, nos deparó la sensación de estar viviendo en un mundo de ensueños.

Apenas concluido el ingreso escolar, iniciamos el retorno a Puno; desde el puerto y para llegar al hotel contratamos un sugestivo “taxi”;  era un ciclista, cuyo vehículo tenía tres ruedas y un asiento doble en la parte de adelante, con todo llegamos bien. Pronto cargamos los bártulos en la camioneta y el conductor habitual dio arranque al motor; en ese instante quedamos tapados con humo blanco y, por eso, nos acordamos enseguida del “Grifo la cigüeña”.