Llegamos a Cuzco una mañana  cuando el mediodía estaba muy cerca, en momentos que el sol hacía sentir su intensidad con extraña y misteriosa sensación; tal vez, por sus rayos con energía incaica. Nuestra primera decisión fue  alojarnos y el lugar elegido,  Santa Catalina Ancha al 300, apenas media cuadra de la plaza de armas. Y luego de acomodar los bártulos en la habitación asignada, pronto salimos a caminar con la avidez de aquel que ansía ver muchas cosas en el menor tiempo posible. Algo muy distinto a todo lo conocido se  presentaba ante nuestros ojos, la plaza de armas, su entorno, la iglesia catedral, edificios con largas galerías encolumnadas, sinnúmero de construcciones enigmáticas con alusiones del pasado imperial; todo lo  cual confiere al sitio una auténtica impronta incaica. Cada espacio visitado nos proporcionaba  la mística impresión de que estábamos transitando  sobre el solar que fue  cuna de la gran civilización Inca; cuya capital del Imperio era, precisamente, Cuzco. A ésta ciudad también la llaman: “la Roma de América”, por la cantidad de monumentos  históricos que  alberga.

 Esa misma noche contratamos una excursión, para realizar al día siguiente, con destino al Machupicchu. Después decidimos ir a cenar a un bonito lugar, con música en vivo; y aquí tampoco  faltaron los oportunistas que nos explicaron con floridos fundamentos la intensidad sensual de la sangre incaica, cuyo deleite tenía un costo parisino.

 Al día siguiente, bien temprano, fuimos a la estación y enseguida partimos. Integrábamos un contingente con franceses e italianos. Ni bien iniciamos la marcha observamos que el tren debía  sortear una elevada montaña. No parecía fácil; sin embargo era bastante simple para la ingeniería, pues las vías férreas describían un tendido para que el tren realizara continuos  avances y retrocesos; y con este sencillo procedimiento nos fuimos encaramando hasta la cima, para luego descender por el costado opuesto.

 Eran 120 km. a recorrer, entre montañas con riesgo de aludes y pequeños valles fértiles. En el km 82 comienza el Camino del Inca, de 39,6 km de largo.  Casi el medio día era cuando arribamos a la estación de Aguas Calientes, y ésta población es la base desde donde se accede al Machupicchu por medio de pequeños buses, tras andar  8 km por un camino serpenteante y en permanente ascenso. Machupicchu significa “Montaña Vieja” y se halla a 2438 msnm. Forma un rectángulo de 530 metros de largo por 200 metros de ancho, con 172 edificaciones. Al pisar este lugar sentimos la sensación de enorme misterio, un magnetismo que cautiva hasta lo indecible y el pensamiento nos retrotrajo a épocas muy lejanas, tal vez perdidas en el tiempo. Ante nuestros ojos resplandecían vestigios de una gran civilización. En la cúspide de una montaña está la ciudad, y el contorno es un profundo valle, cuyo cauce  a veces  se halla oculto por una espesa bruma. En 1911 fue  vista por el investigador norteamericano Hiram Bingham, quien realizó todas las gestiones tendientes a su recuperación. En 1983 fue declarada Patrimonio dela Humanidad y, luego, en 2007 designada “Maravilla del Mundo”.  Para finalizar, una recomendación: si visitan este lugar en tiempos cálidos no olviden de aplicarse primero un buen repelente o usar mangas largas, porque  suele haber tábanos y son muy agresivos.