sulkyLos paisanos de aquel pago, eran todos de memoria corta, pues vivían con intensidad el día a día y nada más, por ello pocas historias perduraban en el recuerdo de cada uno, casi todo se olvidaba muy pronto. Lo cual incluía las deudas por consumo de bebidas, en consecuencia, el bolichero, para evitar su quiebra económica, implementaba el sistema de “libreta”, donde anotaba los débitos de cada parroquiano y el instante en que fueron realizados, con la esperanza de cobrar a fin de mes o cuando el cliente liquidara la cosecha. En este preciso momento efectuaba una larga suma que a veces incluía las fechas, de tal modo “engordaba” el resultado, y si el cliente se daba cuenta, rápidamente pedía disculpas por “el error” cometido.

En ese lugar transcurría una tarde de enero y el calor era insoportable, entonces los vecinos reunidos en la cantina bebían más de lo habitual, para apagar la sed y, por ahí, con el propósito de disipar algunas penas también. Los presentes no superaban la docena, todos se conocían, no obstante la paz nunca estaba asegurada, porque de repente, desde el lado sur, comenzó a formarse una tormenta impresionante, densos y oscuros nubarrones poblaban el cielo a la distancia. Y según los cálculos, llegaría al boliche en menos de media hora. Por consiguiente, lo razonable era escapar de allí de inmediato, y todos compartieron esa idea. Luego, cada uno subió a su auto y raudamente emprendió la marcha, el único que contaba con tracción a sangre era don Celestino, el medio, un sulky de color verde y  ruedas coloradas, pero lo realmente descollante era el caballo, un zaino llamado “el refusilo”, por su trote veloz. Y siempre lo acompañaba un fiel perro galgo, de color negro, “el chirola” era su nombre,  que muy paciente permanecía  acostado debajo del vehículo, mientras esperaba a su patrón.

Sin embargo, no todo se presentaba tan negativo para don Celestino, porque su rumbo era justamente hacia el norte, como escapándole a la tormenta. De este modo se lanzó al camino y enseguida tocó varias veces con las riendas el lomo del animal, como avisándole que debía desarrollar la máxima velocidad, y así inició el retorno. Pese a los recaudos, la tormenta ganaba terreno, relámpagos y truenos sonaban cada vez más cerca. En el acto comenzó a llover torrencialmente apenas  unos 100 m detrás de él, por eso don Celestino azuzó aún más a refusilo y así logró mantener esa distancia. Faltaba poco para llegar a casa, en cierto momento gira la mirada hacia atrás y vio que el chirola, con gran esfuerzo, venía nadando. Luego entró al patio, derrapando el sulky y como venía nomás se metió en el galpón, allí se detuvo jadeante el pobre refusilo. Segundos después llegó el diluvio, en verdad espantaba a cualquiera la intensidad de la lluvia y también en ese instante llegó el chirola, venía exhausto y vomitando agua. Por ahí escuchó un tumulto afuera, parecían gritos como pidiendo auxilio, miró hacia el patio para comprender el origen y con gran pesar observó cómo sus cuatro chanchos pasaban flotando, mientras los arrastraba la corriente, por ello y sintiéndose impotente, les gritó: ¡Agárrense de los árboles, así no se ahogan!

Pese a todo don Celestino, valoraba a su manera la situación que le tocó vivir y repetía: “Me salvé, que es lo más importante. Y  este feo momento no pasó de un gran susto. Pero sucedió así gracias a refusilo, porque como digo siempre, cuando él trota, yo vuelo”.