En el sentido funcional, la vida es simple, pues fluye naturalmente en la existencia misma y también espontánea debería ser la acción de vivirla. Sin embargo, para lograr esta simplicidad, es necesario no desconectar nuestro comportamiento de la naturaleza, porque somos parte de ella y, por lo tanto, inseparables, dado que nacimos para ser  un conjunto indisoluble.

Algunos usos y costumbres nos alejan de la naturaleza porque la vida moderna impone muchas condiciones que impulsan a las personas por un camino de desnaturalización creciente y a ellas son: excesiva  aglomeración poblacional,  violencia social, deterioro de los valores primordiales en la naturaleza humana, tiempos que no alcanzan y largas distancias a recorrer en cada jornada, más el bombardeo publicitario de modelos y productos que para muchos son inalcanzables, con el consecuente deterioro de la  autoestima y la tentación en aumento de abandonar el camino correcto para  lograrlos, porque solo con el trabajo no basta, sumadas las experiencias sociales y culturales de acumular bienes, más que afectos, o emplear éstos, como pretexto, para lograr más bienes todavía.

Incluso algunos medios de comunicación que tienen enorme incidencia en los valores y conductas humanas, con frecuencia y por motivos puramente comerciales difunden hábitos que degradan los parámetros del pudor, el buen gusto y la privacidad de los actos, consideración que incluye también, y en otro orden, la alimentación inadecuada, el deterioro en las relaciones de parejas, la escasa solidaridad, el breve tiempo destinado a la armonía social y la extrema avidez por tener, más que ser. En consecuencia, de a poco se va formando “otra” cultura, cada vez más alejada de la naturaleza.

Jamás deberíamos tomar distancia de la naturaleza, porque en algún momento de nuestras vidas pagaremos un desagradable costo orgánico y emocional, el cual será proporcional  a la lejanía establecida. Y mucho menos destruirla mediante agresiones constantes y sostenidas en el tiempo, por ejemplo: valerse de centrales nucleares para generar energía eléctrica o fabricar explosivos de esa índole con propósitos bélicos. Además del  uso de energía no renovable y que deteriora el ecosistema, tales como el carbón y petróleo, inclusive la deforestación irracional, los incendios intencionales de montes y campos, la actividad minera realizada sin medir el impacto ambiental, sumados la contaminación del agua con derrame de residuos tóxicos en su caudal, la fumigación con productos seriamente cuestionados, los transgénicos, el uso de elementos   no biodegradables, entre otras el plástico, las pilas, etc. Ah, y en este instante también me refiero a la simple quema de neumáticos en las manifestaciones sociales de protesta ¿No habrá un procedimiento limpio y civilizado que la pueda reemplazar? Porque de continuar con estas prácticas es como agujerear el casco de nuestro barco, precisamente cuando estamos todos juntos navegando  en medio del océano.

Y cuyas consecuencias generales, entre otras, son: el paulatino calentamiento del planeta, deshielos, aumento del nivel de los mares, variaciones climáticas graves, por ejemplo, huracanes, tsunami, inundaciones, terremotos, desplazamientos de tierra, incluso la disminución de la capa de ozono y el incremento de la polución, enfermedades oncológicas originadas en la radioactividad, trastornos respiratorios serios por la reducción de la fotosíntesis y por la contaminación del aire en múltiples formas, etc. Por todo esto deberíamos meditar y evaluar, al intentar un acto de degradación, el efecto acumulativo y sus resultados, ya que la naturaleza, como un todo, es tan poderosa que no solo sobrepasa nuestra imaginación sino que su fuerza, por ser infinita, nos convierte en hojarasca del firmamento. Por esa razón  respetemos y cuidemos la naturaleza que ella nos devolverá calidad de vida  en perfecta sintonía. Por consiguiente, a partir de este juicio estaremos dignificando el presente y, sobre todo, el futuro de nuestros hijos. Por último, creo útil citar una genial afirmación del filósofo holandés, Baruch Spinoza: «Cualquier cosa que sea contraria a la naturaleza lo es también a la razón, y cualquier cosa que sea contraria a la razón, es absurda».