En la confusión es muy difícil discernir fielmente las realidades a través de los pensamientos y luego con las palabras. Ya sea que se trate de bienes, colores, sabores o solo de conceptos generales. En consecuencia, aquí corresponde advertir con razones que incluso el silencio es salud, tal como reza un antiguo apotegma, pues si a pesar de la condición descripta emitimos valoraciones, tenderíamos inexorablemente a la necedad, por lo cual  Marco T. Cicerón manifestó, hace tiempo ya: “La necedad es la madre de todos los males”.

Sin embargo, existen situaciones en que la confusión posibilita algunas ventajas o beneficios. Y es cuando quienes la promueven a sabiendas, con ella logran colmar sus ambiciones personales. En este caso,  el mismo personaje del pensamiento histórico, haciéndose eco de la realidad expresó: “La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio”. Por ello, elegante, útil y honesto sería efectuar manifestaciones aseverativas desde un estado de ánimo adecuado por el pensamiento que se funda en  la verdad, que no siempre coincide con el mayor interés personal de quien lo expresa. Todo lo cual, sin dudas contribuye a enaltecer la condición social del conjunto porque fomenta naturalmente los atributos para una óptima convivencia.

Luego, desde esa perspectiva no importa tanto si nuestras expresiones se refieren a temas triviales, pasatistas o jocosos. Pero cuando aludimos a situaciones de entidad básica no deberíamos opinar ni difundir información que en esencia no es verídica, dado que configura un modo de propagar conocimientos falsos o inexactos, con implicancias imaginables.

Por consiguiente, a partir de la anterior consideración, nos referiremos a una cuestión en particular, pero prescindiendo absolutamente de cualquier intencionalidad política o partidaria, pues lo único que nos motiva, desde  este lugar de cultura, es la verdad histórica. Por ello, resulta incomprensible la confusión que adolecen múltiples individuos, integrantes de sectores políticos, periodísticos, gremiales o, simplemente, de parte del ciudadano común. Y dicha confusión se refiere a que la filosofía general del movimiento peronista verdadero no es igual a la del menemismo y, menos aún, a la del kirchnerismo. Pues  difieren, y  a veces diametralmente, del peronismo original.  Al parecer, no habría más razones para tal confusión que el desconocimiento básico de los acontecimientos del pasado, o el manejo de un fructífero negocio de estrategias.Ante las dudas sobre la anterior composición de la realidad, y a los fines de ampliar el conocimiento, sugerimos iniciar la búsqueda de la verdad  a través de la historia escrita por alguien que realmente haya vivido aquellos tiempos. Por otra parte, creemos que explicar el contenido de aquellas diferencias, aparte de una perogrullada, define una incursión que no contempla el espíritu cultural de este espacio.  Por lo tanto, al respecto solo marcamos el inicio del camino, después  proponemos a los lectores que busquen información fidedigna, con el fin de diluir la confusión y, más tarde, podrán emitir opiniones que resultarán constructivas si orillan la autenticidad. Al respecto Aristóteles aseguraba: “La realidad es la única verdad”.

Finalmente, es en la confusión que unos cultivan el desconocimiento histórico.  Y otros se apropian de  fundamentos doctrinarios que pertenecen a un movimiento diverso, pues allí  observaron un campo orégano para lograr ventajas destinadas a cautivar una buena parte del pueblo, esa que precisamente suele integrar  la franja más  vulnerable de la sociedad.