Humor


Había que asistir a la paciente, recién operada en un tradicional hospital ubicado en las adyacencias del Parque Sarmiento de la ciudad de Córdoba; mientras transcurría una primavera en la década del ´60; sin  embargo, por la temperatura reinante, parecía que  continuaba el invierno. Y cuyo fenómeno natural, ahora  permanece en el recuerdo de otros tiempos.

 Sola en la habitación convalecía Laura, por eso su hermano menor, Pinoto, organizó un viaje desde el este provincial. Y para ello invitó a un amigo de toda la vida, al que llamaban Picheta, y agregó un sobrino de apenas 14 años de edad, Pitín era su nombre. En cambio, los mayores rondaban las cuatro décadas; y pese a sus edades jamás habían estado en Córdoba capital; por consecuencia, para ellos el viaje estaba plagado de incertidumbres y miedos; sensaciones bastante normales en aquella época, cuando todavía los campesinos  carecían casi por completo de medios informativos. Inducidos además por la indiferencia habitual de lo que pudiera acontecer más allá de sus fronteras domésticas.

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Era serena y despejada la mañana de domingo, cuando el reloj marcaba las 10hs en punto y el sol irradiaba su natural intensidad, propia del mes de enero; allí en un paraje rural del sur este cordobés, en ese preciso instante Tumalín llegaba a la casa de Chiquino, un amigo de toda la vida; ambos eran contemporáneos y en el entorno de  las cinco décadas. En el acto Tumalín hizo sonar la bocina de su destartalada camioneta; según  vieja costumbre  de anunciar el arribo, en tanto varios perros ladraron con cierta vehemencia.

 Luego del recibimiento cordial, el dueño de casa lo invitó a ubicarse en la cocina, el mate aún estaba caliente y para comenzar con mayor entusiasmo agregaron un generoso vaso de vino tinto, ya que los dos necesitaban dinamizar la frondosa imaginación que las mismas condiciones de vida les había cultivado, la cual los inducía con frecuencia a compadrear mediante singulares fantasías, y era también su particular manera de amenizar el momento compartido.

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Así podría titularse esta historia real, acontecida con el personaje de un pueblo de la zona piemontesa, en  la provincia de Córdoba; transcurría la década del ´80 cuando un conjunto de parroquianos decidió conocer las Cataratas del Iguazú y, en el regreso, al caer la tarde incluirían además la posibilidad de presenciar el espectáculo de luz y sonido en las ruinas de San Ignacio. A alguien del grupo organizador se le ocurrió invitar a Lencho, un fornido sujeto de prominente panza y con voz de trueno, de unos 60 años de edad y pródigo en exóticas exclamaciones; reacio el hombre para salir de su casa y más allá de los límites de su pueblo, pero habitué del boliche del lugar; en consecuencia, fue necesario realizar presiones convergentes para que, al final, lograran el propósito y Lencho también  viajó. (más…)

Don Antonio, mecánico de cosechadoras era su oficio y mitómano en  las horas extras; alguna vez narró la siguiente historia: “Un día de invierno pleno, cuando el frío intenso hacía encorvar el lomo, decidió invitar a sus amigos, Battista y  Pedrín, para ir a Coronda, con el propósito de cazar  patos;  pues según le habían informado tiempo atrás, allí abundaban estos bichos.

Salieron al alba del día convenido a bordo de su Chevrolet ´47 y un pequeño acoplado enganchado, en previsión de una cacería importante, porque según él era un gran tirador, campeón y medalla de oro en el servicio militar. En tránsito normal llegaron  a destino; sin embargo, al arribar, desapareció el sol, y Battista exclamó:

-¡Qué pena! Se nubló.
-No zonzo ¿No ves que una bandada de patos tapó el sol?-le respondió   Antonio-
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Justo había comenzado el otoño, y la noche ya cubría con su manto oscuro al caserío del pueblo; mientras en el boliche, una decena de parroquianos arreglaba el mundo y vaciaba las botellas. Próxima  a la ventana de la chusma, una mesa colocada contra la pared, allí sentados estaban dos tamberos, apodados en la zona como “Moscato” y “Ginebra”; ninguna bebida les hacía arrugar la nariz; y trabajaban para un importante chacarero del lugar.

En ese instante, trataban un tema urticante, lleno de misterios y riesgos, por eso la ansiedad  iba en constante aumento y los impulsaba a consumir más  de lo habitual, para lograr coraje. La cacería de pumas era la pasión del momento; pero no tenían ni la menor idea de cómo realizarla, sólo conocían el lugar, allá en el monte santiagueño. Por ahí se acerca el mozo y Moscato le pregunta: (más…)

Se festejaba San Roque; santo Patrono del pueblo. Y era  un sábado por la tarde cuando numerosos participantes de dicho acontecimiento iniciaron un campeonato de truco, como parte de los actos conmemorativos. Unas treinta  parejas dirimían el evento de la timba, en el cual abundaron las exclamaciones de “vaca”, “yegua” y “porca”, y cada una con  electrizantes aditamentos; censurados en este espacio.

Unas dos  horas después la contienda estaba bastante avanzada; en consecuencia,  algunos continuaban en carrera y muchos fueron  eliminados. Entre éstos últimos estaban nuestros amigos del encuentro anterior, los que   pronto decidieron beber y, además, compartir ciertos temas del momento. La sequía aún se abatía con crudeza en la zona. Entonces Tunín gritó: “¡Che mozo, para mí trae una caña, la de los caballos!” Allí, Bartolo y Chiscot prefirieron una ginebra con cola; y sentados a una mesa comenzaron el diálogo:

-Y sigue esta historia de la sequía, ya estoy con deudas hasta el cogote. ¡Pobres los animales, cómo sufren! Trato de calmarlos, pero no hay caso. Imaginen, ayer fui al chiquero de los chanchos y los noté tan flacos, sin barro y tristes; esta escena  me partió el alma. Por eso comencé a hablarles y dije: “muchachos tengan fe, tal vez esta noche llueve, recién lo dijo Eschoyez por la tele…” Y me pareció que empezaron a reírse, pero no sé si de alegría o de mí.-comentó Tunín- (más…)

En pleno verano, un domingo por la tarde cuando el crepúsculo ya se   habia adueñado del horizonte, se encontraron en el boliche del pueblo tres chacareros vecinos y amigos. El tema común y casi excluyente que los apenaba era la prolongada y brutal sequía. Apenas sentados a la mesa correspondía por hábitos  solicitar algo para beber. Entonces Tunín  llamó al mozo y pidió un ajenjo con hielo; Bartolo expresó, «para mí un  potrillo de vino tinto, fresco del pozo  solamente» ; y Chiscot, para dar la contra de entrada nomás gritó: » ¡Yo tomo una grapa doble!»

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