Dos días después y por la mañana partimos hacia Cochabamba. Durante  la jornada anterior, en la oficina de turismo del lugar nos informaron que el “camino nuevo” por Yapacani era el más corto y con mejor pavimento; pero podríamos tener inconvenientes por un cruce obligado del río Chaparé. Y nos jugamos por esta alternativa, la distancia total era de 460km; sin embargo luego de andar 190km llegamos al rió mencionado, el cual estaba desbordado por una enorme crecida, el Ejército tenía a su cargo la situación y el paso permanecía clausurado. En consecuencia, centenares de camiones y autos  se  hallaban estacionados por el amplio sector; algunos viajeros jugaban a las cartas, otros cantaban y la mayoría rezongaba con expresiones de grueso calibre.

 Sin más alternativas, por el momento, decidimos retornar 20km y buscar alojamiento en la población llamada Chimoré; una vez logrado tal propósito comenzaron los estómagos  a demandar natural atención, por ello fuimos a un comedor recomendado por un tímido lugareño; el ámbito de comidas era un gran patio poblado de árboles, gallinas y perros, todos compartíamos el “restaurante”, sin discriminación alguna.

 El amanecer del día siguiente se presentaba despejado y sereno, y desde la pequeña ventana del primer piso de nuestro humilde hospedaje vimos cómo dos mujeres, instaladas en el medio de una ancha calle de tierra y bajo un improvisado techo de lona, servían desayunos. Rápidamente bajamos y allá fuimos; la oferta del día: una taza de café preparado a partir de un líquido negro y muy concentrado al que  vertían agua caliente, acompañado por grandes tortas elaboradas con harina y grasa de  pescado.

 Minutos después volvíamos al embarcadero; pero no pudimos cruzar, incluso el río había aumentado su caudal. En consecuencia, sólo restaba volver a Santa Cruz y desde allí tomar el “camino viejo”, cuya distancia a Cochabamba es de 496km; de este modo comenzamos el nuevo itinerario con bellos paisajes, hasta un lugar denominado “La Guardia”; no obstante, pronto todo terminó porque iniciamos un sinuoso camino en ascenso continuo, lleno de baches y, para colmo, lloviznaba. Era el Altiplano  que  nos daba la bienvenida a su manera; lo cual asignaba mayor sustancia  a la propia aventura. Un poco más adelante y en momentos que leíamos un viejo cartel, el cual expresaba “4702msnm”, de repente un fuerte estallido sacudió la camioneta; la rueda delantera del costado derecho había acertado un gran pozo y reventó el neumático, cambiarlo resultó una tarea muy pesada, por la dificultades respiratorias que ocasiona semejante altura. Mientras la luz del día languidecía lentamente.