Pensamos que nadie debería dudar sobre la realidad de este proceso, el cual obedece a una tendencia inherente al ser humano. Y cuyo carácter muestra, como aspecto básico, que  el mayor rigor y el auténtico “ojo clínico” siempre se deben aplicar en  episodios  y omisiones realizadas por el prójimo. En el preciso instante donde prevalece  una especie de narcisismo emocional,  pues actúa en el individuo mientras lo declara dueño absoluto de esa dulce sensación, porque lo hace sentir que es poseedor de la razón en determinada contienda. Y muchas veces sucede, aunque el verdadero conocimiento sobre ciertos temas no habite en su fortaleza cultural. Al respecto, y ante una especie de vanidad exagerada, consideramos ilustrativo citar el pensamiento de René Descarte, filósofo y matemático francés, que solía afirmar: “No hay nada repartido de modo más equitativo que la razón. Todo el mundo está convencido de tener lo suficiente”.

Luego, y a partir de la composición de lugar efectuada en el párrafo anterior, creemos justo destacar cómo un importante caudal de personas tituladas: economistas, periodistas, escritores, sociólogos, encuestadores y  consultores mediáticos, se muestran  ávidos por exponer su figura en cualquier medio de comunicación masiva. Y es precisamente en estos espacios donde alguno de ellos arremete voluntarioso y    con tal detracción expresiva, que su volumen podría ser suficiente  para fundar cualquier desenlace tremendista dentro de los temas abordados. En consecuencia, pensamos que esa forma de obrar, va camino a convertirse instantáneamente en un perjurio social por antonomasia. Incluso sería irreverente, dado que se basa en un comportamiento que suele no poseer fines genuinos de información, porque algunas veces se sustenta en la falta de conocimientos adecuados sobre el tema tratado y, otras, son intenciones apócrifas las que motivan, donde se presume una componenda “bajo el poncho”. La cual no siempre resulta fácil de discernir a simple vista.

Incluso, sería un acto sacrílego cuando la reprobación se funda sobre un propósito avieso y definido por una rentabilidad determinada, cuya contraprestación obliga  a ensalzar  una posición política, social o económica, aunque ello represente, a sabiendas, la consolidación del mal en perjuicio de las reglas básicas que sugiere un Contrato Social civilizado. No obstante, también sirve para abonar el egocentrismo individual, dado que no pocos valoran que criticar, en especial a una persona muy reconocida o una institución pública o privada, los convierte, de por sí, en famosos. Y con estos procedimientos, la vendimia personal sería aún mayor.

¿Luego, cómo podríamos inmunizarnos de la situación descripta en el párrafo anterior? Para ello, hay un solo camino: fomentar la cultura cívica general, partiendo del interés  de cada individuo y  su entorno familiar, para que tengan la capacidad suficiente para discernir libremente  la posición social y política que a cada uno convenga. En cambio, la indiferencia en esta situación tiene efectos altamente nocivos, pues suele pagarse muy cara. Dado que la ignorancia cultiva el permanente deterioro en la calidad de vida de los pueblos. En consecuencia, es grave el resultado que deriva de la falta de cultura, además va en desmedro de la conciencia y el patrimonio del ciudadano. Todo lo cual podría simbolizarse a través de un pensamiento de Séneca, quien solía manifestar: “El que no sabe hacia adonde va, nunca tiene vientos a favor”.

Y el soporte de esta exposición se halla fácilmente, dado que figura al alcance de cualquier persona. Una alternativa, se lograría solo  con sintonizar los medios de difusión masiva, para ver cómo, en alguno de ellos,  ciertas personas exhiben estrategias que hacen presumir por beneficios extraños o, simplemente, dirigidas al cultivo de su propio narcisismo. Pero lo peor de todo esto, no es ese posible dividendo   ni tampoco el egocentrismo  hedónico, sino el efecto devastador que ese fin provoca sobre los cimientos morales de una sociedad. A tal punto que, inclusive, podría destruir otros valores  básicos y universales. De tal modo que, con el paso del tiempo, favorecería un continuo deterioro del orden social lógico. Y cuyo impacto en la economía general, haría que muchas iniciativas privadas, en el mejor de los casos, pasen inexorablemente a cuarteles de invierno.