blogLlegué al caer la tarde,  mientras que acontecían los primeros días  de  febrero. Tras un breve recorrido céntrico decidí buscar alojamiento, prefería un hotel próximo al espacio cívico.  En la zona  y apenas descendí del vehículo, escuché  en toda su dimensión el fuerte rumor del Mediterráneo, sus aguas encrespadas dieron marco al majestuoso panorama del crepúsculo, porque el sol ya  había hundido su fulgor  detrás del firmamento, justo al frente del sitio elegido. Y el viento soplaba inclemente desde el mar, por eso el frío arreciaba.

Viale Manín, casi esquina Mazzini, era el lugar. Pedí  habitación con vista a la costa, y me asignaron una ubicada en el 4º piso, con balcón a la calle. Entones, desde esta posición, mi propósito casi inmediato consistió en disfrutar el entorno que ofrece continuamente esta bonita ciudad de la Toscana. De esta manera, pronto la noche nos cubrió con su oscuro manto, no obstante, podía  observar muy bien al Viale Manín-Carducci  que ya se mostraba completamente  iluminado, como preludio del próximo carnaval, más el escenario levantado sobre la plaza céntrica, el cual habían  ocupado con grandes y coloridas figuras alegóricas, y todo alumbrado  mediante potentes reflectores.

El océano continuaba el bullicio,como demostrando que en cada momento  es  parte principal del conjunto de razones cautivantes que brinda esta ciudad turística. Incluso las olas,  que amainaban el ímpetu sobre la arena fina de las extensas playas,  eran visibles en la noche pues su abundante espuma blanca resplandecía por  los  intensos rayos de luces instaladas en la ancha y ornamentada avenida. La cual posee un sector paralelo destinado a los peatones únicamente, por donde transitaban  hombres, mujeres y niños,  algunos en familia otros realizando actividades físicas  y no faltaron los que pasearon un perro por el mismo lugar, más aquellos  que prefirieron estar cómodamente sentados a mesas de bares y pizzerías, ubicados a lo largo de dicho paseo. De este modo, permanecí absorto disfrutando el panorama durante largo tiempo, hasta que el sueño me convocó irremediablemente.

Al día siguiente, desperté cuando había avanzado bastante la mañana, sin embargo,  antes de toda rutina y aún desperezándome, miré por enésima vez desde el balcón, el mar estaba calmo, ya no rugían las olas sobre las extensas playas de arena fina y  apenas una suave brisa acariciaba mi rostro. A la derecha, sobre Viale Carducci, en ese preciso instante se disponía un maratón, por ello, muchísimos participantes  se observaban, entre jóvenes y otros muy mayores, en  ruidosa algarabía previa, y ataviados  con destellantes equipos. Allí nomás recordé  un pasado no tan lejano y me  invadieron las ganas de participar, pero el programa  obligaba a  continuar  el viaje, en consecuencia,  desayuné  y luego, como queriendo que solo escuche mi sentimiento,   dije en voz baja “hasta pronto” al partir.