Reiterando un poco lo que decíamos en la presentación anterior, el Ferrocarril Central Argentino, que unía las ciudades de Córdoba y Rosario, fue inaugurado oficialmente   el 13 de abril de 1870 por el Presidente Domingo F. Sarmiento.

 Y en el contrato de construcción celebrado entre el Estado argentino y la Compañía de Tierras del Central Argentino, establecieron, entre otras cosas, que el primero aseguraba una ganancia mínima equivalente al 7%, calculada sobre el monto del capital total invertido en esa obra, por la explotación de dicho ramal. Por consiguiente, sólo en el primer año de funcionamiento nuestro país debió pagar $ 209.820-  a dicha Compañía, en concepto de compensación por la aplicación de la cláusula anterior.

 

 ¿Esto parece un verdadero disparate, verdad? Sin embargo, las prerrogativas no terminaron allí, dado que al carecer de un control adecuado sobre las cuentas por parte de funcionarios locales, los ingleses aprovecharon esa indiferencia y fueron por más todavía y, entre tantos recursos disponibles, implementaron el siguiente procedimiento: desde su país importaron constantes remesas  de repuestos varios y material ferroviario liviano, facturados a precios bien inflados y a sabiendas de que jamás los emplearían.Luego, hacían  cavar grandes fosos  en los terrenos del Ferrocarril, tarea que encargaban a sus propios obreros, y allí sepultaban aquellos elementos ¿Qué lograban con este recurso? Muy sencillo, ese volumen de importación generaba un monto importante de “egresos”; los cuales incidirían negativamente en los balances contables y de esta manera  achicaban  las ganancias. Entonces, en cada ejercicio llevaban el porcentaje de utilidades muy por debajo del 7% del capital invertido; en consecuencia, venía el Estado argentino y generosamente compensaba “la pérdida”.

 Pero los “beneficios” logrados no terminaron allí, pues los mismos integrantes de la Compañía contratante, o sus familiares, eran dueños o socios de las empresas  fabricantes del material ferroviario que importaban desde Inglaterra y con destino prefijado a los fosos. Por ende, con esta estrategia, lograron un doble resultado; uno, constituía un modo sutil de transferir las ganancias al exterior (con las constantes compras a precios inflados de materiales que nunca usarían); otro, obtenían, como ya explicamos, las compensaciones de nuestro país.

Ahora preguntamos ¿Ningún funcionario del Gobierno local jamás se enteró de nada?  De ser así, seguro que fallaron los canales normales de información. Todo esto es muy extraño porque los viejos vecinos de los terrenos afectados en esta historia conocían con lujo de detalles el procedimiento de cavar fosas  para cubrir las evidencias de la tramoya. Y algunos de esos terrenos, por ejemplo,  pertenecen a la zona de los antiguos galpones del ferrocarril, ubicados a la vera de la actual Av. Juan B. Alberdi al 100 bis de la ciudad de Rosario.