En esta ocasión propongo que, de manera un tanto romántica, ampliemos nuestro conocimiento a través de un personaje que anda, observa y compara, pero siempre buscando la verdad de los hechos y de las  cosas,  con  total altruismo en esa tarea, para que cada día los argentinos puedan ser mejores  en los procedimientos y también en los bienes, cual es el modo de perfeccionar las aptitudes lógicas de ciudadanos locales y del mundo, en armónica concordancia. Mientras que asigna mayor compromiso, en este asunto, a quienes ejercen las funciones naturales del poder.

Y figuran otros parroquianos que  ayudan en ese propósito. Uno, en particular, de nombre Pincén, es sesentón y viene del norte cordobés. Hombre humilde y laborioso, pero sobre todo ama a su patria.  Por ello, de tanto en tanto, hace un alto destinado a pensar tranquilamente  en lo que está viviendo, y cuál sería su deseo. No puede leer, por esas cosas de la vida, entonces le cautiva oír los relatos de un amigo, aquel que anda por el mundo casi sin “desensillar”, porque tiene una necesidad tan ancha como profunda de conocer muchas cosas, para luego, a su manera, sugerir un cambio de lo que, cree, está mal en  la propia  tierra. Ese amigo suyo se llama Américo…don Américo del Sur, le dicen.  

Una noche, en tanto promediaba  la semana, Pincén se encontró con don Américo en el boliche  del pueblo, y luego del cordial saludo:

       -Che, vení para mi casa, te invito a cenar y el postre lo ponés vos con tus relatos ¿Aceptas?

       -Sí, como no-respondió sonriente el aludido-

La cena transcurrió entre bromas y chismes del entorno hasta el final. Y fue en este preciso momento que Pincén desbordado por la ansiedad y apurando un trago de vino patero, insta a don Américo.

-Ahora cuenta alguna de tus vivencias al andar.

-Mirá hermano, realmente no sé bien cómo empezar, pero trataré de ser claro y breve, sin floreos ni llantos: Tiempo atrás, pasé por Asunción, esa ciudad que está al norte de nosotros, en el Paraguay, allí entré por casualidad  en un supermercado y vi, sobre un estante, una llave de boca regulable, era “Industria  Argentina”. Pero costaba menos que acá, ¿raro, no?  Y con varios  productos más, de igual origen, me pasó lo mismo. Este descubrimiento no me gustó  nada, entonces salí rápido del lugar y  volví  a mi casa, con la intención de cruzar luego la cordillera, ahí al oeste, ¿vio? -La solemnidad adoptada en la narración, le había hecho perder el tuteo-.

A escasos kilómetros de trasponer el límite, leo “YPF”  ¡Eso es nuestro! grité con toda mi voz. Aquí lleno el tanque, por las dudas, pero ¡la flauta!, el combustible costaba casi la mitad. Enseguida pensé, ¿será que aquí viven muchos pobres y se hace beneficencia con el precio? Sin encontrar una respuesta y calentito de entrada nomás, al llegar a Los Andes empecé a investigar sobre todo lo que pude: el costo de la electricidad, el teléfono, etc. De estos rubros mejor no digo nada, pues tanta es la diferencia que usted no me creería. Y terminé el día dentro de una agencia de autos,  allí vi un 504, fabricado en nuestro país, cuyo costo era un 45% más barato. Arriba, todas las piezas de poliuretano de ese vehículo se las compran a “los camisetas amarillas”, que no tienen ese modelo en su territorio. Y si agregamos que el volumen de operatoria comercial es mucho mayor entre esos países que con la Argentina, pese a que tienen que cruzar todo nuestro extenso territorio. Entonces casi loco de ira me dije: incluso le prestamos los caminos, aunque tengan que  soportar los peajes a la criolla y  los múltiples pozos en algunos tramos del camino.

Sin embargo, de inmediato pensé: ¿no estaré perdiendo la razón? Me tranquilizó el solo sentir que mi corazón y la voluntad  me impulsan para ser un patriota y no un canalla. Sea como fuere, me voy de aquí, no aguanto más. Entonces giré sobre mí en impetuosa reacción y, sin querer, golpeé con el hombro a un joven. En el acto nos  miramos y me gritó alborozado:

         – ¡Don Américo, usted aquí también! ¿Vio cómo respetan en el tránsito vehicular? Hasta perece que fuera demasiada la veneración-reflexionó-

Me quedé con la boca abierta y él raudamente se alejó. Sucede que nuestros vecinos trasandinos hacen cosas  que conducen al mundo desarrollado, y no tengo dudas que hacia allá van con paso firme.

Pronto regresé al pago, pero sin renunciar a mi espíritu  andariego. En consecuencia,  al mes siguiente tomé el avión   y al otro día  pisaba   el “Primer Mundo”. Recalé en Italia. Sí, había llegado a Pisa, donde vive un amigo de la infancia, que se llama Juan. Y mientras caminaba por las estrechas calles, recordé: ¡Cuántas veces jugamos  fútbol en el mismo equipo!  De repente veo una sede telefónica, igual empresa que aquí,  por lo tanto pensé en llamar a mi viejo, él tiene 88 años, para decirle que llegué  bien y, si puedo, también le enviaré una postal del lugar.  Pero, ¡oh sorpresa!  El tiempo telefónico es mucho más barato de lo que cuesta en nuestro país, ¿o se habrán equivocado  a mi favor? Entonces, apuré el paso y rápido me alejé de allí.

Luego de caminar unas tres cuadras, paso frente a un “caffé”, igual que nosotros, don Pincén. Aquí me tomo uno, por eso entré decidido nomás y pedí:

           -Un café, señorita- me entendió la “tana”, que me preguntó:

           -Ristretto?

           -No, soy sudamericano-respondí- Y me trajo una flor de taza.

Hacía frío, vea. Tanto que  aplaudía con mis dientes, así, por ello, en dos sorbos lo terminé. La verdad es que era muy bueno, se ve que éstos compran de calidad.

          -¿Señorita, cuánto le debo?

          -Sono mille e cinque-me respondió-le di 1500 liras y la pegué.

Salí del bar y comencé a caminar con tranco cansino, como para ver muchas cosas a la vez. Observé que era linda la vidriera  del otro lado, y sin meditar crucé la calle en la mitad de la cuadra, como hacemos nosotros, vio don Pincén. Ni le cuento, venían los autos como trombas y escuché el aullido de las gomas. Porque ahí andan a toda máquina. No obstante, frenaron sin un grito, ni un ademán. Pensé que serían mudos o, tal vez, me confundieron  con ese don Juan Carlos de España, porque mi pobre vieja siempre me decía: “vos y él son igualitos”. Cualquiera sea la razón y a pesar de todo, logré alcanzar la otra vereda sin un rasguño.

Más adelante descubro una estación de servicios y leo en un cartel visible a  gran distancia: “benzina senza piombo, 95 octanos, $ 1.980 liras”. Rápidamente saqué papel y lápiz para obtener el costo en nuestra moneda: $ 1,08 el litro, lo mismo que nosotros. ¡Bah, para eso el Primer Mundo!

Y al final llegué a la casa de Juan. La dirección, Vía Fontana 319, cerca de esa torre inclinada hacia el sur, de verdad que daba miedo. Presioné el botón del timbre y casi al instante él apareció. Quedó paralizado por la sorpresa, puesto que no sabía de mi arribo. Luego nos estrechamos en un abrazo.

       -Como ves, mi casa no es grande, pero te aseguro que es cómoda. Y   desde ahora es tu casa también-me dijo con tono fraternal-

       -Juancito, lamento porque ya  mañana debo irme, la programación del viaje me obliga-y solo atinó a responder con un gesto de disgusto y prosiguió:

         -No puede ser, ¡Tan ponto! Vamos Américo, querés bañarte, cambiarte, ponete cómodo y después iremos a recorrer la ciudad: Plaza de los Milagros, el río Arno y muchísimas cosas más.

Al rato tenía aprontada “la máquina”. Sabe don Pincén, allá estos medios son todas “mujeres”. Y el suyo era un vehículo chico, de  esa marca con una estrella de tres puntas.

       -¿Cuánto pagaste por éste?-pensó un instante y respondió.

       -8.800 dólares y lo compré  0 km.

Luego iniciamos el paseo, mientras me explicaba:

       -Esta es la famosa “Piazza dei Mirácoli”…

       -Más allá está la casa de Galileo Galilei.

      -Pará-le dije-quiero mandarle una tarjeta a mi padre, envío simple nomás, ¿qué vale?

       -Son 1.300 liras, unos 72 centavos de tu plata-me aclaró y agregó, enseguida haremos un tramo de la autopista “Al Mare”, esa que va a Florencia.

       -Decime, ¿es caro el peaje aquí?

       -No tanto-me contestó-vos pagas en relación a la distancia recorrida. Además tenés numerosos y excelentes  caminos alternativos y sin la obligación de pago alguno. Muchas veces debes empalmar con la autopista, haces 5 ó 10 km para acceder a un pueblo y tampoco pagas peaje.

      -¿Se paga peaje en calzada única de doble mano?-pregunté medio avergonzado-

      -¿Cómo? ¿Me estás cargando?

      -No, no. Pero siento pena por mi país…Qué rápido van los autos, Juan.

      -Sí, a veces creo que algunos andan cerca de los 200 km por hora en las autopistas. Sin embargo respetan rigurosamente  todas las demás leyes de tránsito. Y en cuanto al peatón, todo conductor lo debe casi venerar, de tal manera que es como si fuera un enviado de Dios. Y te aseguro que no exagero- expresó Juan-

 Qué distinto es todo- pensé- y hasta el nombre le cambiaron a mi amigo: lo llaman “Giovanni”. En ese instante, ya eran las 12 de la noche.

       -Che, vamos a dormir, no doy más -le dije a Juan.

       -Me parece razonable. Y las mujeres que sigan esperando- bromeó-.

Al  día después, y apenas finalizado el almuerzo, Juan me acompañó a la estación de trenes. Y más tarde, al sonar el clásico pito de salida, nos abrazamos muy fuerte, como cuando hacíamos un gol, allá en la canchita del barrio Jorge Newbery. Instantes después, apresurado ocupé mi asiento y no me  avergüenza  decirlo, se humedecieron mis ojos hasta rodar alguna lágrima por la mejilla al partir. Sin embargo, todavía pude gritarle, ¡Juancito, espero verte pronto en la Argentina! Mientras lentamente me fui alejando del lugar. Y le juro que la figura de aquel entrañable amigo sobre el andén, con su mano derecha en alto, permanecerá por siempre en el arcón de mis recuerdos más queridos.

        -¡Oh, don Pincén! , ya son las 2 de la madrugada, me voy-¡Hasta mañana!

         -¡Gracias don Américo¡ Me ha hecho rabiar y emocionar  con tanta realidad, más el sentimiento a flor de piel ¡Buenas noches!

Y para finalizar, creemos importante destacar que este escrito, convertido en reseña, se basa en investigaciones sobre diversos aspectos  económicos de los países mencionados,  cuyos  procedimientos fueron realizados dentro de cada frontera, hace más de 20 años. No obstante, estamos totalmente convencidos  de que los datos obtenidos en aquel momento, aún hoy en día conservan una vigencia casi intacta.

Por otro lado, esta misma descripción fue publicada a comienzos  del año 2001, por la Revista “La Gaceta” que pertenece al Consejo Profesional de Ciencias Económicas de Córdoba.