Cuando concibamos que gobernar es servir al prójimo y jamás servirse de él. Y para ocuparse de los demás, por sobre todas las cosas, es necesario poseer un espíritu de desprendimiento genuino, un espíritu apasionado por ser útil a la gente, y sin pretender más que ser reconocido mientras cada acto de servicio tenga como  propósito vital, el beneficio de su pueblo. Si contamos con un gobernante de esa talla, tendremos la mitad del problema resuelto, pues la figura cardinal es idónea, sin embargo queda por solucionar la otra mitad del asunto. Por lo tanto, esa otra mitad aún irresuelta consiste en que todos los colaboradores funcionen en sintonía con la autoridad central, es decir que participen de la misma filosofía valorativa, con carácter de postulado sacramental. Ya que de lo contrario, si en la función pública domina el interés personal o sectorial, sobre la conveniencia general,  los reiterados fracasos en el gobierno estarán asegurados en el tiempo. Pero lo más penoso es que el pueblo pagará siempre las consecuencias de tales frustraciones. (más…)