Llegamos a Cuzco una mañana  cuando el mediodía estaba muy cerca, en momentos que el sol hacía sentir su intensidad con extraña y misteriosa sensación; tal vez, por sus rayos con energía incaica. Nuestra primera decisión fue  alojarnos y el lugar elegido,  Santa Catalina Ancha al 300, apenas media cuadra de la plaza de armas. Y luego de acomodar los bártulos en la habitación asignada, pronto salimos a caminar con la avidez de aquel que ansía ver muchas cosas en el menor tiempo posible. Algo muy distinto a todo lo conocido se  presentaba ante nuestros ojos, la plaza de armas, su entorno, la iglesia catedral, edificios con largas galerías encolumnadas, sinnúmero de construcciones enigmáticas con alusiones del pasado imperial; todo lo  cual confiere al sitio una auténtica impronta incaica. Cada espacio visitado nos proporcionaba  la mística impresión de que estábamos transitando  sobre el solar que fue  cuna de la gran civilización Inca; cuya capital del Imperio era, precisamente, Cuzco. A ésta ciudad también la llaman: “la Roma de América”, por la cantidad de monumentos  históricos que  alberga.

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