Era serena y despejada la mañana de domingo, cuando el reloj marcaba las 10hs en punto y el sol irradiaba su natural intensidad, propia del mes de enero; allí en un paraje rural del sur este cordobés, en ese preciso instante Tumalín llegaba a la casa de Chiquino, un amigo de toda la vida; ambos eran contemporáneos y en el entorno de  las cinco décadas. En el acto Tumalín hizo sonar la bocina de su destartalada camioneta; según  vieja costumbre  de anunciar el arribo, en tanto varios perros ladraron con cierta vehemencia.

 Luego del recibimiento cordial, el dueño de casa lo invitó a ubicarse en la cocina, el mate aún estaba caliente y para comenzar con mayor entusiasmo agregaron un generoso vaso de vino tinto, ya que los dos necesitaban dinamizar la frondosa imaginación que las mismas condiciones de vida les había cultivado, la cual los inducía con frecuencia a compadrear mediante singulares fantasías, y era también su particular manera de amenizar el momento compartido.

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