Tres fueron los elementos que contribuyeron a definir en el pasado, aunque en manera decreciente, la idiosincrasia de la gente de campo y poblaciones menores;  la fervorosa religiosidad católica, el temor profundo y permanente a ser prejuzgados,  con el pensamiento puesto siempre en el  “qué dirán”; y la espeluznante superstición. Sentimientos del ideario popular que tuvieron plena vigencia hasta el año 1950, aproximadamente; luego irían menguando rápidamente.

Constantemente los pobladores de la vecindad, allá en mi pueblo, que conformaron  las comisiones con el fin de organizar y realizar diversos eventos, crearon oportunidades para ratificar, en cada caso, la fe y devoción hacia las imágenes del culto católico, único y casi excluyente, practicado en la amplia zona. En consecuencia, abundaron las jornadas de manifestación a través de misas celebradas en la pequeña iglesia y con procesiones que transitaron principalmente el contorno de la plaza del pueblo; precedidas, según la ocasión, de la imagen de san Roque, santo patrono, de la Virgen  o de cualquier otro santo benefactor que, a criterio local, merecía una demostración de  acendrada y explícita veneración. Todo acontecimiento era factible sólo si el cura de la jurisdicción podría venir a presidir los actos religiosos; porque mi pueblo nunca tuvo párroco propio. Y los feligreses consideraron estas convocatorias como actos purificadores de pecados, con sacramental obligación de participar en ellos. (más…)